España colapsada y ZP sigue en su burbuja

España colapsada y ZP sigue en su burbuja

(PD).- «Cualquier Gobierno se ve tarde o temprano ante una crisis social, una subida del petróleo o una gran huelga (de hecho, a Felipe le montaron dos generales, y Aznar tampoco se libró de la suya), y cada cual reacciona como sabe o puede, pero lo inquietante es cuando cunde la sensación de que no hay nadie al timón del Estado». Así arranca Ignacio Camacho su columna en ABC, ZP en la burbuja.

El periodista de ABC critica que, mientras otros presidentes tuvieron que hacer frente a una crisis con unas u otras medidas, en el caso de ZP resulta «pavoroso» su «quietismo» ante la crisis.

Está haciendo exactamente lo que desaconseja cualquier manual ante una dificultad crítica: negarla primero, minimizarla después y, por último, sacudirse las culpas. Tres maneras de eludir su obligación de buscar soluciones.

Puede que la celeridad con que crece en la opinión pública la psicosis de crisis no corresponda con exactitud a los datos objetivos, y que en todo caso no convenga extender el efecto de pánico, pero lo que un gobernante no puede permitirse es ofrecer a los ciudadanos la impresión de andar a la deriva, de no enterarse de lo que está pasando. La gente ha empezado a sufrir agobios reales, tiene las hipotecas de corbata y ve cómo los precios se disparan, comienzan los despidos, los bancos cierran el grifo, los transportistas se cabrean y crece una incertidumbre de futuro. Ante eso no se puede decir que ya escampará, que el problema viene de no se sabe dónde y que estamos mejor que hace no sé cuánto tiempo. Los políticos tienen la costumbre de agarrarse a las estadísticas, mostrándolas por donde mejor les convienen, pero las estadísticas no se comen ni sirven para pagar los yogures y el gasóleo. Al presidente, que siempre ha demostrado una poderosa intuición para conectar con la calle -y eso no habla demasiado bien de la calle-, le están empezando a fallar los sensores porque en su iluminado optimismo ha dejado de escuchar, o porque las actitudes cesáreas generan una autocomplacencia perniciosa.

Zapatero lleva tres meses sin oposición, que anda muy ocupada triturándose a sí misma, y esa ausencia le ha instalado en la comodidad de una burbuja solipsista. Pero el descontento de la gente se canaliza solo, en huelgas y sobre todo en desafecto popular, y contra eso no valen las retóricas triunfalistas ni las políticas de diseño. Por primera vez desde hace cuatro años largos, el poder y la sociedad están de frente, cara a cara, y esta vez el Gobierno no tiene sobre quién descargar las responsabilidades de un problema que, aunque quizá también por primera vez no haya sido él quien lo ha creado, le obliga a encontrar las respuestas que demandan las necesidades de los ciudadanos. Eso se llama gobernar, y es algo más complicado que vender humo y pintar la realidad con los colores de una sonrisa.

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