Roquetas: La cara oscura de la crisis

(PD).- «Negros contra gitanos. Menuda papeleta: esta brusca incorrección política de la realidad multicultural no estaba prevista en el guión del buenismo oficial». Los disturbios generados durante la madrugada del domingo en la localidad almeriense de Roquetas de Mar, tras la muerte por apuñalamiento de un senegalés de 28 años, se reanudaron sobre las 23.00 horas ayer domingo cuando un grupo de subsaharianos trató de apedrear una ambulancia.

Tras una tarde de aparente calma, la caída accidental de un vecino desató las alarmas al llegar a la barriada de «Las 200 viviendas» una ambulancia que pretendía auxiliarle.

En ese momento un grupo de subsaharianos trató de atacar al personal de la ambulancia a pedradas y botellazos como ya lo hicieron anoche con las fuerzas de seguridad y los bomberos, lo que motivó la intervención de la Guardia Civil y de la Policía Local.

Las patrullas policiales dispersaron a los pequeños grupos que se formaron con la orden de intervenir de inmediato ante cualquier incidente, señaló la subdelegación del Gobierno.
Numerosas barricadas de contenedores ardieron en los accesos a las calles colindantes a la zona en la que durante la pasada madrugada se produjo la muerte de O.K. que fue apuñalado tras el enfrentamiento con un vecino.

La Policía acordonó el barrio e impidió el acceso a sus calles mientras se controlaba la situación.

Varios vecinos resultaron heridos y tuvieron que ser trasladados a centros sanitarios para atenderles en Urgencias. También un guardia civil acabó herido en la cabeza tras recibir una pedrada.

Mientras, las Fuerzas de Seguridad seguían buscando al autor de la puñalada que causó la muerte del senegalés la noche anterior.

Tal y como escribe Ignacio Camacho en el diario ABC:

«Negros contra gitanos. Menuda papeleta: esta brusca incorrección política de la realidad multicultural no estaba prevista en el guión del buenismo oficial. Tan imprevista resulta que hay que buscarla con lupa en la farfolla del lenguaje administrativo de las crónicas de los sucesos de Roquetas, y nunca antes del tercer o cuarto párrafo, para atisbar que lo ocurrido fue un grave incidente racial entre «subsaharianos» y «personas de etnia gitana», con un asesinato, incendios de casas y tremebundo altercado con la Policía. Una batalla urbana de gueto, vaya, con un fuerte componente de exclusión social. Justo la clase de cosas que contradicen con más fuerza el colorido discurso de buen rollito zapaterista, y en el muy delicado momento en que el Gobierno titubea y se contradice sobre su política de inmigración. Qué inoportuno.
Pero las cosas son como son, y no como nos gustaría que fuesen: la vida no es un anuncio de Benetton. En la costa almeriense, al pairo de la agricultura intensiva y del auge inmobiliario, han crecido colonias de inmigrantes, miles de ellos irregulares, de hasta un 25 por 100 de la población de algunos municipios. Ahora pintan bastos de crisis, la construcción se ha desplomado y el desempleo aumenta con el final de la campaña hortofrutícola: casi diez mil extranjeros se han quedado allí sin trabajo en agosto. Algunos se reconvierten en actividades poco recomendables: tráfico de droga y demás. Eso es un polvorín, y la mecha prende con cualquier chispa. La de Roquetas tiene la explosiva particularidad de que ha enfrentado a grupos de africanos airados contra una colonia gitana con la que comparten barriada, territorio y problemas. Y aunque el timorato lenguaje oficialista trate de ocultarlo, representa un conflicto de inédita complejidad en el que han chocado dos comunidades desfavorecidas y marginales. Una bomba social.
El ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, que viene de Hospitalet, sabe que estas situaciones tormentosas se vienen incubando en un clima eléctrico de convivencia precaria cuya tensión se agrava al tener que repartir un empleo escaso, y ha sugerido la necesidad de ir rebajando la tensión mediante la disminución de contingentes de mano de obra extranjera. Pero su discurso pragmático rompe el ficticio integracionismo gubernamental, y ha sido flagrantemente desautorizado. Los sucesos de Roquetas le dan la razón de fondo, aunque Corbacho haya cometido también un olvido de significativa importancia: el de que muchos trabajadores españoles no están dispuestos a asumir según qué tareas. Por ejemplo, la de recoger pepinos y tomates a 50 grados bajo los invernaderos de Almería: un trabajo «de negros». Ante ofertas como ésa, o la de la vendimia o el verdeo, prefieren permanecer bajo la cobertura del subsidio. Delicada cuestión, que sitúa al ministro ante una frontera política infranqueable -por impopular- como es la de desenmascarar un fraude. El precio de no hacerlo son las bolsas de inmigrantes que de vez en cuando se rompen con la ruidosa fractura de una bronca que no siempre se va a poder disimular entre eufemismos».

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