Jiménez Becerril: «Nuestros actores nunca se identificarán con nosotros, las víctimas de ETA»

Teresa Jiménez Becerril
Teresa Jiménez Becerril

Teresa Jiménez Becerril no se cree la milonga de los «artistas». Tras ser denunciada su actitud por Rosa Díez, la organización del Festival de Cine de San Sebastián argumentó que sí había condenado los atentado de ETA. La diputada de UPyD les dijo que no era suficiente. Desde su tribuna privilegiada podían hacer mucho más. Jiménez Becerril quiere «apoyarle públicamente». Y sabe de lo que habla.

Teresa Jiménez Becerril, víctima de ETA, escribe un excelente artículo de opinión en ABC:

Me gustaría apoyar públicamente a Rosa Díez, elogiando su artículo en el que recrimina a los «artistas progres» y a la dirección del Festival de San Sebastián su indiferencia ante el terrorismo de ETA. Yo descubrí la insensibilidad de nuestros divos hace varios años, cuando al compás de «no a la guerra» desfilaron por la alfombra roja de los Goya en Madrid. Llovía a cántaros y un puñado de víctimas de ETA decidimos encender una vela por cada uno de los asesinados delante de donde se entregaban los premios, a ver si éstas iluminaban las conciencias de quienes desde su popularidad tanto podían hacer por ayudarnos. Teníamos unas pegatinas en las que se leía siplemente «ETA NO», las cuales no lucieron en la solapa de nuestros galanes, ni en los maravillosos vestidos de nuestras estrellas cinematográficas. Ni tan siquiera se dignaban a mirarnos a la cara cuando se las ofrecíamos. Con el pelo chorreando y la cara bañada de lágrimas y agua, volví a casa con mis papeletas y mi corazón hechos pedazos. Ese día comprendí que nada podíamos esperar de quienes sólo apoyarían aquellas causas que de algún modo consiguieran mantenerlos en la ola de los elegidos. Y denunciar no sólo la barbarie de ETA, que es obvia, sino la complicidad de gran parte de la sociedad vasca, no era algo que les reportaría beneficios de imagen; al revés, podría acercarlos peligrosamente al mundo de las víctimas del terrorismo, dudoso colectivo de gentes reales cuyo único pecado es haber perdido a un ser querido a manos de una organización terrorista. Así que, querida Rosa, cuando varias artistas repartieron rosas blancas en el Congreso no tuve más remedio que recordarles en la Plaza de Colón, antes miles de personas, que las verdaderas rosas quedaron en el suelo de una calle de Sevilla un 30 de enero de 1998 tras un atentado de ETA, tres flores manchadas de sangre inocente, que deberían haber servido para que los hijos de mi hermano y su mujer las llevaran al día siguiente al colegio, donde se celebraba el día de la paz. No celebraron nada esos chiquillos, porque no había nada que celebrar. Ahí tienen los directores un buen argumento para una película, y nuestros actores para interpretarla, pero nunca se rodará y si se hace no se presentará en el festival de San Sebastián, donde se prefieren las cintas que muestran «el problema vasco», como a ellos les gusta llamar a las atrocidades terroristas, no como una cuestión de buenos y malos, sino todo lo contrario. Me hacen hasta sonreír los comentarios de los directores de cine que se escudan en la falsa libertad para no querer dar la cara. ¿Pero cómo que no hay buenos y malos? ¡Vamos, venga ya! Que quien disparó a mi hermano era un chaval corriente, con padre y madre, que comía y se acostaba con su novia y le decía buenos días sonriendo al portero, eso ya lo sé yo; que no tenía cuernos ni rabo, también, pero eso no quiere decir que no tuviera la mente y el alma devorada por ese odio mezcla de revolución mal entendida y nacionalismo muy bien asimilado. Querer vendernos películas que nos explican los asesinatos terroristas como azares de la vida de unos individuos es algo peligroso e injusto, y quien lo hace debería reflexionar sobre ello. Lo sé, su libertad le permite hacerlo, pero la mía me permite decirle que usted no está ayudando a combatir el terrorismo. No hace falta que me diga que no tiene ninguna intención de combatirlo, eso también lo sé.

Y continúa Jiménez Becerril su «¡Pobres artistas!»:

En fin, Rosa, no puedo estar más de acuerdo contigo, pero no creo que las cosas cambien. Me cuesta entender el porqué, pero sé que nuestros actores nunca se identificarán con nosotros, las víctimas de ETA. Quizás les asusta la cercanía, no es fácil para quien vive y trabaja fuera de la realidad aceptar la verdad simple y llana, sin artificios ni trucos cinematográficos. Entre nosotros la muerte es muerte, el dolor es dolor y el llanto es auténtico y dura toda una vida. No hay escapatoria, no se acaba con un click, no hay otra toma. La última toma que vieron los ojos de la mayoría de las víctimas fue la de los cuerpos de sus familiares yaciendo ensangrantados, cubiertos por una manta. Y ahí empezaría la particular y trágica película de muchos de ellos.

Pero ese film no es taquillero, la maldad desnuda no arrastra a los jóvenes al cine, a estos hay que presentarles a los terroristas como jóvenes intrépidos, guapos, modernos, capaces de acaparar el fervor del público a pesar de sus crímenes. Las salas de cine alemanas están desbordadas ante el éxito de «Der Baader Meinhof Komplex», que muestra la historia de la temible organización terrorista alemana de los años setenta RAF (Rote Armee Fraktion), una película que presenta los años del terrorismo alemán de modo tan confuso que al final como siempre pierden los que mueren y ganan los que matan. Su director insiste en que él quería ayudar; querría pero no lo ha conseguido, mire usted por dónde casi nunca lo consiguen.

Permítanme, pues, que dude de las buenas intenciones de todos aquellos que pertenecen a la «cultura» que defiende a quien no tiene defensa y que contribuyen a barnizar de romanticismo la crueldad humana. Lo dicho, Rosa, hay que ponerse manos a la obra, hay que recaudar fondos para rodar una película sin estrellas del cine, una película real, donde los protagonistas no tengan que estudiarse el guión porque lo conocen de memoria, donde a los extras les baste vivir cualquiera de sus días, ésa será nuestra historia, que seguramente no nos permitirá pasearnos por ningún festival independiente, ni en América, ni en San Sebastián, ni en Málaga, pero nos consentirá mostrar una realidad olvidada por quienes abrazan sólo las causas que no les comprometen. Entiéndelos, Rosa, no es fácil señalarse y menos en un mundo tan frágil como el del cine. Ya llevan una vida difícil como para echarse encima más problemas.

Teresa Jiménez Becerril

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