(PD).- Es la frase de moda, el nuevo mantra político del zapaterismo. La poderosa y eficaz factoría del agit-prop se ha puesto en marcha a todo trapo, y la consigna se repite a través de toda la estructura del poder con la precisión y la cadencia de un émbolo.
Ministros, diputados, concejales y aparatchiks varios extienden la consigna con la insistencia machacona, reiterativa y porfiada de un solvente trabajo de zapa:
El PP no arrima el hombro.
El PP quiere que se arruine la economía.
El PP quiere que se hunda España para alzarse sobre sus escombros.
Escribe Ignacio Camacho en ABC que la campaña utiliza la falsilla del «Proceso de paz», cuando el PSOE empujó a la oposición hasta arrinconarla en una casilla de catastrofismo.
Encontró un anatema: el PP no quería acabar con el terrorismo, el PP quería que fracasara la negociación para tumbar a Zapatero, el PP suspiraba por el retorno de los atentados y tenía nostalgia de coches-bomba. Funcionó.
Lo suficiente para compensar el desgaste que el Gobierno sufría con su vergonzoso acercamiento a los terroristas. Sirvió para cargar a la derecha con la etiqueta de un negativismo antipatriótico que ahora resurge de nuevo ante el bloqueo gubernamental frente a la crisis.
Severamente erosionados en la opinión pública por su propia parálisis, los socialistas tratan de arrastrar a su adversario a compartir las consecuencias de un problema para el que no encuentran mejores respuestas.
Con el martilleo de la cantinela costalera -hay que meter el hombro-, la propaganda oficialista apela al victimismo: el pobre Gobierno apurado por una crisis de la que no es responsable hace lo que puede mientras una oposición desaprensiva trata de sacar rédito de las dificultades de los españoles.
Lo que hay detrás de esta estrategia es la intención de estigmatizar al rival, inmovilizándolo con un marchamo de aprovechamiento ventajista. Por eso los dirigentes del PSOE se lanzan en tromba justo en vísperas de la reunión entre Zapatero y Rajoy, que está a punto de quedar de nuevo atrapado en la burbuja: ha perdido la oportunidad de tomar la iniciativa de la garantía de los depósitos, y ahora tendrá que ir a la Moncloa a decir amén o sufrir más invectivas.
En realidad, da igual lo que diga, porque el Gobierno ya le bloquea el discurso: mete el hombro y cierra la boca. No critiques, no hables, no propongas, no perturbes.
En realidad, a Zapatero sólo le interesa de la crisis el aspecto político; su prioridad consiste en evitar que la oposición saque ventaja de sus errores.
En ese ámbito se maneja mucho mejor que en el de las decisiones, atento sólo a la importancia de los gestos y la eficacia de los eslóganes. Después de varios meses zarandeado por su inacción culposa, el fecundo aparato publicitario socialista le ha encontrado una consigna idónea para descargar responsabilidades.
Si le vuelve a funcionar habrá obrado por segunda vez el prodigio de salir de su propio lío menos desgastado que el adversario. Y dejará a Rajoy con el hombro maltrecho por un peso ajeno mientras él se escabulle silbando por los cerros de su optimista levedad indolora.