Esto va a acabar muy mal…

(PD).- Esto va a acabar mal. Cuando los ricos tienen problemas, los pobres están hasta el cuello, pero no hay modo de desviar de la Bolsa la atención de la opinión pública.

Subraya Ignacio Camacho en ABC que hay gente muy agobiada a la que empieza a alegrarle el despeñadero de los valores; ciudadanos sin trabajo, sin dinero y sin crédito que verían con agrado resentido que cualquier día saltase un banquero por una ventana.

No entienden lo de la burbuja financiera, aunque sospechan que mientras los dueños de las acciones aún pueden sostener las pérdidas, ellos ya se han quedado sin nada que perder.

Sarkozy, que vio arder las banlieues cuando era ministro y aún se ataban los perros con longanizas, ha advertido que si las cosas siguen así pueden estallar revueltas populares, pero la clase dirigente no quita los ojos de las fluctuaciones del mercado del dinero, sin prestar atención al síntoma de que en los mercados de abastos la carne, el pescado y la fruta se quedan sin vender.

El poder económico y político no quiere o no alcanza a ver el peligro latente de su desapego.

Ayer, cuando Trichet, el pope del monetarismo europeo, anunciaba en Madrid la próxima rebaja de los tipos con su jerga trufada de impecables tecnicismos, los transeúntes miraban con recelo la cola de audis oscuros aparcados en la Castellana bajo el dorado resol del otoño. Un montón de coches oficiales a la puerta de un hotel de cinco estrellas empieza a parecer una ostentación sospechosa.

En la sala, cuajada de altos ejecutivos y profesionales financieros, se produjo un murmullo de alivio al oír la escueta promesa de un maná de cuartillos porcentuales derramado por los dioses del dinero. Entre toda aquella gente bien trajeada nadie parecía inquieto por hallarse a fin de mes, pero todos tenían un ojo puesto en las blackberrys para ver cómo había cerrado el Ibex.

Le pregunté a un directivo de banca qué va a pasar con la economía real, y me vino a decir que como no se arregle primero la financiera vamos a ir todos al hoyo de la más negra ruina. Omití decirle que muchos ya han llegado por delante.

En las sucursales de pueblo, que son como las nuevas avanzadillas de Fort Apache, los agentes bancarios se han convertido en objeto de desconfianza social. La mayoría son recién licenciados que apenas cobran mil o mil quinientos euros, pero tienen que decirles a los clientes en la cara que, después de retratarse en decenas de papeles, «arriba» les han negado el crédito.

Algunos de los rechazados podrían ser sus padres, y detrás de cada uno de ellos hay un drama: una empresa en quiebra, una operación por pagar, una hipoteca vencida. Emparedada entre la presión de las entidades y la de la clientela, esta joven carne de cañón ha empezado a sentir en la calle la mirada del rencor.

Se puede estar incubando un conflicto social si los políticos no logran que fluyan las atascadas cañerías del sistema. Por ahora el descontento popular circula en prudentes cauces de silencio, pero en las crisis profundas se suelen poner en marcha solos los aceleradores del vértigo.

El momento es tan delicado que con un poco de atención se puede sentir zumbar el diapasón misterioso de la Historia.

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