¿Está España cansada de sus políticos?

(PD).- Esas imágenes, tan frecuentes, de los escaños del Congreso vacíos son el retrato de una democracia cansada. La causa de tanta fatiga resulta difícil de adivinar porque el trabajo del Congreso no destaca por su intensidad estajanovista: está cerrado por vacaciones durante casi tres meses al año, el resto abre sólo una media de tres días por semana y su ritmo de producción de leyes es comparable al de esas fábricas de coches en crisis que detienen su actividad de modo intermitente para no incrementar el stock de invendidos.

Explica Ignacio Camacho en ABC que los diputados no corren peligro de sufrir una regulación de empleo por baja productividad; su única amenaza consiste en perder el favor de los aparatchiks que confeccionan las listas de candidatos.

Si aguantan dos legislaturas tienen derecho a la máxima pensión, suponiendo que antes no hayan desmantelado el sistema de jubilaciones, y gozan de plaza gratuita en aviones, trenes y demás transportes públicos, aunque no suelan utilizarla en el metro.

Sin duda existen actividades mejor remuneradas -cobran entre cuatro y seis mil euros al mes-, pero también las hay más a menudo bastante peores, y en todo caso los salarios más altos suelen estar vinculados al cumplimiento de ciertos objetivos y a una evaluación de rendimiento.

En cualquier empleo, de todas maneras, el absentismo continuado constituye causa procedente de despido.

La ausencia de sus señorías en los plenarios no es asunto nuevo, pero ha tomado un cariz inquietante al incrementarse a raíz del horario recién impuesto por el presidente de la Cámara, que ha decidido comenzar las sesiones a las nueve de la madrugada.

Tampoco es esa hora incierta que Manuel Machado llamaba de ojeras y manos sucias, pero la mayoría de nuestros representantes debe de tener del alba la misma consideración que el maestro Manuel Alcántara, que piensa que el amanecer es una manifestación de belleza prescindible.

Lo curioso del caso es que si los invita una televisión o una radio no tienen inconveniente en despegarse bien temprano de las sábanas, lo que prueba que la cámara que les interesa es la catódica, no la parlamentaria. Muchos de ellos se pasan cuatro años en el hemiciclo sin abrir la boca más que para los bostezos.

Así que el verdadero cansancio es el que esta forma de entender el servicio público está provocando entre los ciudadanos, que son quienes se hacen cargo de la factura. La clase política está tan cómoda en su endogamia de moqueta y privilegios que no parece consciente del desapego que genera.

Consideran demagógica la crítica a su comodidad y a su absentismo, pero la gente que sufre el paro y la estrechez se irrita sobremanera ante el despilfarro y la indiferencia, porque no hay nada más cabreante que la desigualdad, y tiende a descreer de unas instituciones que ni siquiera parecen interesar a quienes viven de ellas.

Una dirigencia incapaz de madrugar no puede pedir sacrificios al pueblo. Y ya que la calidad y la eficacia de nuestra política tampoco rompen récords, al menos sus profesionales podrían tratar de parecer respetuosos con el ejercicio de su propio empleo.

VÍA ABC

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