Al Qaeda ni descansa ni nos da respiro

(PD).- Apenas 48 horas antes de que las balas silbasen en Bombay sobre la cabeza de Esperanza Aguirre -lo que no mata fortalece, presidenta-, el diplomático y diputado Gustavo de Arístegui presentaba en un hotel de Madrid su libro «Contra Occidente», lúcida y amarga advertencia sobre la alianza global que una extraña amalgama antisistema -yihadistas, indigenistas, populistas, tardocomunistas y fundamentalistas varios- incuba desde el Tercer Mundo contra la sociedad abierta y la civilización de la libertad.

Como subraya Ignacio Camacho en ABC, con la tesis de Arístegui se puede estar de acuerdo o en desacuerdo, pero los datos objetivos prueban, con la siniestra fuerza de los hechos, la existencia de una amenaza universal.

Y quien quiera ignorar la evidencia tendrá que llorar su error; puede que incluso también quienes la acepten, porque el desafío afecta por igual a quienes lo ven venir y a los que no.

Los ataques de la India no habrían causado apenas impacto en España de no mediar la triste casualidad de pillar por medio a una significativa delegación de compatriotas. Pero ya que hemos tenido la suerte de no contar víctimas, el incidente debería servir para ayudarnos a tomar conciencia del verdadero estado de las cosas.

La sangre que pisaron los pies descalzos de Aguirre es de alguna forma la misma que corrió en Madrid un 11 de marzo, y la ceniza de los hoteles de Bombay es idéntica a la de las torres de Nueva York, la del restaurante de Casablanca o la de la discoteca de Bali.

Es el testimonio de un ataque de la barbarie integrista contra la sociedad democrática, un duelo que desde la Atenas de Pericles enfrenta a la libertad contra sus enemigos, y en el que no caben apaciguamientos ni medias tintas.

La guerra mundial contra el terrorismo sufre mala prensa a partir de los errores colosales de la Administración Bush, pero el fracaso de las políticas neocons no debe confundirnos: ha fallado la receta, no el diagnóstico.

No es en absoluto casual que el último vídeo de la yihad afgana contuviese la intranquilizadora imagen de una bandera española ardiendo junto a la de los Estados Unidos; los fanáticos islamistas parecen poco conmovidos por la belleza de la cúpula de Barceló en la sede suiza de la Alianza de Civilizaciones. Ellos nos han señalado como objetivos de su particular y delirante cruzada, y da igual de qué lado nos queramos creer nosotros. Estamos en la diana, y más vale saberlo.

Como parece que lo sabe Obama, cuya retirada estratégica de Irak no ofrece indicios de incluir un aflojamiento de su convicción de dirigir, aunque reorientada, la lucha contra la gran amenaza del mundo contemporáneo.

El vicepresidente electo Biden advirtió de que en el primer año de mandato esperan al nuevo líder serios tanteos intimidatorios para comprobar el alcance de su determinación. Acaso los atentados de la India sean la primera oleada de esa siniestra exploración táctica, y entre Bombay y Hawai -lugar de nacimiento del nuevo presidente americano- exista una conexión más profunda que la de la ripiosa canción de Mecano.

Pronto lo veremos: si algo está claro en este pulso mortal es que el enemigo no descansa. Ay del que crea, se llame como se llame, que puede tomarse un respiro.

VÍA ABC

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