La prolongada parálisis del Gobierno ZP

La prolongada parálisis del Gobierno ZP

(PD).-El modo en que se ha derrumbado la prosperidad en España, entre escombros del crack inmobiliario y una sorpresiva asfixia del crédito fácil, ha provocado una inmensa inquietud acentuada por la prolongada parálisis del Gobierno, que ha contemplado la catástrofe con la solemne pasividad de quien asiste a una representación de ópera trágica, sin querer darse cuenta de que lo que se caía era el teatro.

En la época feliz de los perros atados con longanizas, -escribe Ignacio Camacho en ABC– cuando el desempleo era apenas una incidencia técnica en la rutina de una economía lanzada como un cohete, los españoles seguían considerándolo como uno de los principales problemas del país.

Eran tiempos de vacas gordas, crecimiento expansivo, hipotecas fáciles y consumo frenético, pero la gente seguía poniendo el paro en las primeras casillas de las encuestas sobre sus preocupaciones, porque la memoria colectiva española guarda mal recuerdo de la larga y oscura noche del subdesarrollo. Ahora que las vacas han adelgazado tan bruscamente como las estadísticas de ocupación, tres de cada cuatro conciudadanos se declaran abrumados por el desconsiderado estrechamiento del mercado laboral. Y el cuarto debe de ser funcionario.

Para quienes piensan que el trabajo es el principal elemento de dignificación de la persona como ser social, que somos la mayoría salvo algunas capas clientelares acostumbradas a la perversa dinámica del subsidio, el paro constituye la mayor tragedia posible, una muerte civil que condena a quien lo sufre a una subsistencia prestada.

Ahora el poder trata de apuntalar el desplome con improvisados andamios en cuya solidez nadie confía, porque si a la gente se le ha acabado el crédito, a la política se le ha agotado la credibilidad, que es un intangible con el que no funcionan las inyecciones financieras. La sensación es pavorosa porque ha quedado demostrado que ante una convulsión tan rápida, ante una destrucción vertiginosa del tejido productivo, el Gobierno reacciona siempre con varios meses de retraso.

En ese tiempo se multiplican los cadáveres sin que entre los responsables públicos se haya registrado otro avance que el de reconocer los daños y admitir que aún van a ser peores. Todavía esta semana el vicepresidente económico ha tenido el cuajo de aceptar que los presupuestos de 2009 -¡elaborados en junio!- han quedado obsoletos e inútiles, sin que ni por un momento se le pase por la cabeza la posibilidad de reelaborarlos. La inacción es tan patente como desesperanzadora; lo único que nos dicen es que el año que viene será peor. Y eso ya lo sabíamos, al parecer antes que ellos.

Cada día que se pierde sin reformas son meses que se retrasa la recuperación. El poder parece haber interiorizado que la crisis viene del exterior y que sólo de fuera vendrán las soluciones, por lo que sólo procede allegar recursos de emergencia social y esperar a que escampe el chaparrón de quiebras.

Pero cuando deje de llover se habrá perdido un tiempo crucial, que otros están aprovechando para diseñar el futuro más allá de la tormenta. Y mientras, en cada oficina, en cada taller, en cada fábrica, la gente mira con recelo a los compañeros de trabajo calculando a cuál de ellos les tocará caer en la próxima remesa de despidos.

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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