El desbarajuste autonómico

(PD).- España no es en teoría un Estado federal, pero si acaso lo fuese es probable que tuviera una legislación común más homogénea que la que está propiciando el actual desbarajuste autonómico. La perniciosa coincidencia del eterno chantaje periférico con un Gobierno sin proyecto nacional y en situación de minoría aritmética ha generado una deriva de desarticulación bastante más incoherente que la del federalismo, en el que por lo menos suelen estar claras las competencias de cada cual.

Tal y como escribe Ignacio Camacho en su columna de ABC, «se traza un marco, se reparten los papeles, se redacta una constitución y se aplican las reglas de juego, en las que por lo general el Estado se reserva la función de ordenar y vertebrar los intereses generales«.

Aquí hemos dado en un sistema (?) aleatorio basado en el tirón de coyuntura; cada vez que hay que pactar una mayoría parlamentaria, el nacionalismo cambia su apoyo por nuevas concesiones, que han acabado dibujando un modelo desigual en el que ya se aprecian notas esperpénticas y apuntes caricaturescos, cuando no paradojas siniestras.

La última es la de la telefonía móvil. Hasta ahora teníamos 17 sistemas sanitarios y educativos, con sus correspondientes diferencias estructurales y salariales, tres policías, media docena de modelos fiscales, otras tantas alternativas lingüísticas y un batiburrillo de cajas de ahorros y de tribunales de justicia, amén de detalles pintorescos pero nada irrelevantes, como la profusión irregular de licencias de caza y pesca o la dispersión de los servicios de emergencia para catástrofes.

Pues ha llegado la hora de diversificar las licencias de telecomunicaciones, a ver si logramos que un señor de Toledo hable por una red distinta que uno de Gerona. El Gobierno ha cedido ya la competencia al País Vasco, como parte del pago en especie que el PNV cobra por votar los presupuestos, y el resto de nacionalismos -de momento el gallego y el catalán- se han apuntado a su proverbial tendencia peticionaria: culo veo, culo quiero. Naturalmente, Zapatero, el hombre que siempre dice sí, no encuentra motivos para negarse, ante el estupor y la alarma de un sector industrial que si algo necesita es la unidad de mercado.

Pronto tendremos, pues, un carajal telefónico que sumar al revoltijo de agencias tributarias, sistemas de salud, guarderías forestales, horarios comerciales y demás particularismos que decoran el mapa funcional de nuestra federación de la señorita Pepis. El nacionalismo no descansa en su obsesión por particularizar lo universal, y ha puesto sus ojos en el invento del siglo, uno de los símbolos de la globalidad tecnológica.

Cuando Europa mira el modo de unificar e integrar las licencias celulares, España estudia la manera de territorializarlas, para que los virreyes de las autonomías puedan decidir a quién adjudican las redes y, naturalmente, creen sus propios sistemas radioeléctricos de cabecera, cada uno con su propio y diferente reglamento. Qué bonita es la diversidad, qué moderna y qué progresista. Y sobre todo, qué util, qué cómoda y qué barata.

ARTÍCULO VÍA ABC.

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