¿Es el viejo vicio nacional de la queja?

(PD).- Este es un país raro: hace frío en invierno y calor en verano. Clima continental, que se llama, o se llamaba antes de la ESO. Con semejante imprevisibilidad no hay Gobierno que pueda estar lo bastante atento a las exigencias de la meteorología.

Y encima -como subraya Ignacio Camacho en ABC– los ciudadanos son gente airada y quisquillosa, siempre pronta a cabrearse al menor contratiempo.

Con razón decían los regeneracionistas y otros clásicos del derrotismo que España es una nación ingobernable.

Ayer, por ejemplo, el pueblo se cabreó sobremanera porque medio país y toda la capital del Estado quedaron bloqueados por una nevada. El desarrollo ha vuelto a los españoles exigentes hasta el paroxismo; quieren que las autoridades tengan previsto que va a nevar cuando hace mucho frío, como si eso fuese normal y además los gobernantes no tuviesen mejor cosa que hacer.

Nuestros compatriotas han perdido toda capacidad de sufrimiento y sacrificio, al punto de sufrir ataques de cólera cuando la naturaleza se desata. En seguida claman por la imprevisión de sus dirigentes culpándolos de desatención y negligencia. ¿Habráse visto manifiesta injusticia?

Pero, almas de cántaro, ¿cómo va a saber el Gobierno, que ni siquiera se enteró de que venía una recesión anunciada con estrépito de quiebras en medio mundo, si nieva o deja de nevar en enero?

Es el viejo vicio nacional de la queja. Nadie quiere comprender que el aeropuerto de Barajas, en el que se han invertido cifras estratosféricas de millones, no está preparado para afrontar una contingencia tan exótica como la nieve.

Es un aeropuerto de secano, que no se ha construido para luchar contra los elementos, como la Armada Invencible, sino para asombrar al mundo con su majestuosa arquitectura de arcos de bambú combado. En todas partes, en Alemania, en Estados Unidos, se cancelan los vuelos en cuanto aparecen el hielo o la ventisca; es menester viajar más y leer menos periódicos, que siempre están sembrando el pesimismo y la alarma.

Y las carreteras, pues lo mismo; lo que hay que hacer es no coger tanto el coche, otra inveterada costumbre española. Ya ven para qué sirven los automóviles, además de contaminar: para quedarse tirados en esas autopistas de Dios y no dejar paso a las quitanieves que con tanta diligencia envía Fomento.

Acomodados en la prosperidad y acostumbrados a la providencia del Papá Estado, los españoles han dado en considerar que sus numerosas instituciones públicas -Gobierno, autonomías, diputaciones, ayuntamientos- están para resolver cuitas cotidianas, sin apercibirse de los grandes retos en que andan empeñados: la financiación autonómica, la igualdad de derechos, la Alianza de Civilizaciones.

A quienes se atreven con semejante agenda de progreso no se les puede pedir que estén atentos a una nevada imprevista, que por ende ha tenido la extravagancia de suceder en pleno invierno. La construcción de la modernidad no pasa por esta clase de menudencias provincianas; requiere espíritu de grandeza y apretar el hombro ante las dificultades. Tirar todos del carro, como ha dicho el Rey. Eso es: tirar de un carro bloqueado por dos metros de nieve porque nadie acude a tiempo para echar una mano.

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