El líder, el interventor y los conspiradores

(PD).- En las elecciones, como el fútbol, casi todo depende del resultado. Si está noche, a la hora del recuento el Partido Popular llega a la mayoría abosulta en Galicia y aguanta el tipo en el País Vasco, la posición de Mariano Rajoy como líder popular y alternativa a Zapatero se verá enormemente reforzada. Muchos tendrán que tragarse sus palabras y pronósticos.

Por el momento, sólo resta esperar y seguir especulando. Como explica Ignacio Camacho en ABC, buena parte de los dirigentes del PP se dividen actualmente en dos grandes grupos: los que quieren matar mañana a Rajoy y los que prefieren esperar a junio.

Luego hay una pequeña tercera facción, compuesta por el propio Rajoy, que no está dispuesto a entregar su cabeza. Cuenta para resistir con que a los adversarios les falta unidad y sobre todo un liderazgo; él no es que tenga mucho pero como está solo unidad le sobra. Y tiene la piel de elefante.

Si esta noche sale vivo del escrutinio de votos, y no digamos si gana en Galicia, desactivará al primer contingente de conspiradores y tomará importante ventaja sobre el segundo.

Días atrás se fue a comer con Rodrigo Rato, al que los críticos ven como una esperanza para frenar a Gallardón, vencedor más que probable en unas primarias o un congreso abierto, pero cuyo triunfo dejaría demasiadas heridas y algún cadáver significativo. Rajoy sabe que su antiguo colega en el Gobierno Aznar descarta por completo la confrontación y sólo se plantearía regresar ante una crisis de «silla vacía».

«Quiero que sepas que no me voy a ir», le dijo para zanjar expectativas, y el otro respondió de la misma manera: «Y yo quiero que sepas que no voy a volver».

Como ambos llevan muchos trienios en política no necesitan explicarse que en su oficio jamás quiere decir por ahora y nunca significa todavía. Pero Rato se ha hecho ver yéndose de interventor electoral al País Vasco, gesto de generoso compromiso partidario que los intrigantes han visto como un guiño de esperanza. Con minúscula, con minúscula.

Para tumbar mañana mismo a Rajoy, los impacientes necesitan que hoy se produzca una catástrofe electoral.

La batalla en Galicia ha adquirido una dimensión para el conjunto de España sorprendentemente mayor que la vasca. Así lo entendieron los dos grandes partidos, que se han empleado a fondo: el aparato federal del PSOE y el núcleo dirigente del PP, con Rajoy a la cabeza, se han pasado casi toda la campaña en Galicia.

Las encuestas vaticinan que en Galicia se va a ventilar el resultado por un puñado de votos y que en el País Vasco el PP, aun perdiendo algún escaño, puede quedar en posición decisiva para desalojar a Ibarretxe. Con ese panorama el gallego pretende aguantar.

Camps ya le ha abandonado en su fuero interno, sobre todo después del calvario insidioso que le están haciendo pasar las filtraciones de Garzón, de las que culpa a la debilidad de la dirección nacional; pero aún no se le ve decidido a atacar en campo abierto, y Arenas prefiere aplazar el debate como mínimo hasta junio.

Gallardón parece haber aprendido a esperar, y el Cid Rodrigo medita viéndolas venir en el exilio dorado de un banco de inversiones. Si hubiese vuelco en Galicia los cuchillos no sólo tendrán que volver a las vainas, sino que podrían brillar en las manos de los vencedores.

Así las cosas, y a menos que el interventor se avenga a intervenir antes de tiempo, está por ver que el sucesor de Rajoy haya aprobado aún la selectividad. Aunque lo que realmente importa saber es si el que va a echar a Zapatero ha terminado el bachillerato.

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