ZP está preso de su discurso

ZP está preso de su discurso

(PD).- Dentro de la escasa coherencia política del mandato de Zapatero, lleno de giros de conveniencia, rectificaciones diametrales y fintas oportunistas, existe una línea de continuidad que en cierto modo identifica la voluntad de un proyecto, y es la gobernanza «transversal» con los nacionalistas, llámense moderados o radicales: el Bloque en Galicia, Esquerra en Cataluña y Baleares, el PAR en Aragón…

Subraya Ignacio Camacho en ABC que, territorio a territorio, los socialistas han ido tejiendo alianzas destinadas a convertir al PP en un partido de todo o nada, sin socios posibles sobre los que apuntalar cualquier mayoría relativa.

El nuevo modelo autonómico, el de las reformas estatutarias, ha sido más una consecuencia de esa estrategia de poder que de un diseño político; lo que le interesaba al presidente no era tanto una nueva descentralización como una vuelta de tuerca al aislamiento de la derecha.

En ese mecano sólo le faltaba una pieza, que era la posibilidad de establecer con el PNV un pacto desde el que poner en marcha una operación de soberanismo controlado «a la catalana».

Pero eso requería dar el «sorpasso», adelantar electoralmente al nacionalismo para someterlo al imperativo del mal menor. Y ésa es exactamente la pieza que ha fallado al quedar Patxi López por debajo de las expectativas alumbradas desde el optimismo antropológico de su mentor de la Moncloa.

Por eso a Zapatero le cuesta tanto celebrar el resultado del 1 de marzo; simplemente, no ha sido el que esperaba ni el que deseaba.

Afirma Pablo Sebastián en Estrella Digital que en la nueva partida política que ahora se juega en el País Vasco, tras las elecciones del pasado primero de marzo, da la impresión de que todos han enseñado sus cartas demasiado pronto: Urkullu, las de su ira, para tapar la derrota de la coalición soberanista de Ibarretxe; López, la de su eufórica soberbia, presumiendo de que piensa gobernar solo con la ayuda externa de un PP al que trata como si de un partido apestado se tratara; y Basagoiti, con un entusiasmo primario y previamente sometido a López.

La cartelería con las fotos de los etarras desplegada en Mondragón a las puertas de la casa de socialista Isaías Carrasco, asesinado por ETA, sin que Ibarretxe y su Gobierno envíen a la Ertzaintza a destruir tan macabra exposición, son motivo más que suficiente para impulsar en el País Vasco un Gobierno constitucional como el que pueden y deben pactar el PSOE y el PP.

Pero los números electorales obligan a Zapatero depender del aliado que más le desagrada, el PP, al que nunca ha considerado otra cosa que un adversario.

Hace ocho años tumbó a Redondo Terreros por sumarse a una operación «frentista» contra el nacionalismo, como si no fuese frentismo lo que el PNV ha venido haciendo para gobernar contra la mitad de los vascos, aliándose con soberanistas, independentistas y hasta filoterroristas; y ahora es el propio López -el verdugo de un Nico al que siempre le tendrán que agradecer su lealtad para restañar heridas sin desangrarse en el resentimiento- quien necesita los odiados votos de la derecha para subir al poder.

Si el presidente pudiese obedecer a sus tripas obligaría a sacrificarse a Patxi para apuntalar con el PNV la mayoría en el Congreso de los Diputados, pero está preso de su discurso triunfalista; vendió el desalojo de Ibarretxe y va a tener que cumplir su palabra bebiendo la cicuta del respaldo popular.

Quizás incluso a cambio de nada; sólo de que haga lo que en el fondo no desea hacer.
A Mariano Rajoy y a su pretoriano Basagoiti les toca graduar la intensidad del veneno que se tiene que beber Zapatero, que va a hacer todo lo posible por compartir al menos el desagradable bebedizo.

Es una tarea de ajuste fino, casi homeopático, de la que depende acaso la duración misma de la legislatura. Pueden hacer cualquier cosa menos envenenarse ellos mismos.

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