Zapatero y la interrupción voluntaria del Gobierno

(PD).- «Con todo este panorama, el lince de Doñana -Zapatero- puede plantearse una crisis. Lo que sucede es que él es especialista en negar las crisis. Por eso, tenemos que emplear una nueva terminología para los cambios en el Ejecutivo». José Antonio Sentín, en El Imparcial, propone que «utilice la expresión “interrupción voluntaria del Gobierno” lo que no podría ofender a un Gabinete pro abortista ni al votante progresista entusiasmado con el lince de Doñana».

La Iglesia ha sacado un cartel de indiscutible éxito publicitario, comparando la preocupación ecologista por la vida del lince ibérico y la despreocupación progresista por la vida de los engendrados no nacidos.

Lo primero que hay que descartar es que el Episcopado haya intentado un ataque personal a Zapatero, aunque nuestro presidente sea un lince, y aunque tome vacaciones en Doñana. Sin embargo, El País, que está muy sensible, se ha tomado muy a mal los carteles y ha interpretado que eran una llamada a la revuelta callejera contra el Gobierno a cuenta del lince de Doñana. Es decir, a cuenta de Zapatero. Y es que está todo el mundo muy desnortado, menos el pobre lince ibérico, que no tiene culpa de nada (ni los niños abortados, que tampoco).

En un acertado análisis, el director general de El Imparcial escribe:

Fíjense, si no, el espectáculo del empático Zapatero con el Nobel Krugman. Es increíble que llegue el asesor de Obama y le cante las verdades del barquero, y nuestro presidente se quede encantado por el diagnóstico terrorífico sobre España que le traslada el economista. Tan encantado que le hace un regalo conciliador: su “plan E». Es como si hubiera venido el premio Nobel de Literatura a decirle a Zapatero que no sabe escribir y éste le hubiera entregado su cartilla escolar de palotes.

Claro que el despiste galopante de Zapatero, colocado hábilmente por sus amigos (aunque parezcan enemigos) como mascarón de proa frente a la crisis, no es nada en comparación con el de sus ministros. Porque si hacemos una relación de ellos se nos pueden saltar las lágrimas.

Es una lástima que a algunos de ellos, que hubieran podido ser tratados benévolamente en su insignificancia, les haya dado por hacerse notar. Es el caso de Bibiana Aído, que estaba tan bien calladita, y tenía que hacer una ley sobre el aborto que no es que haya disgustado a los sectores fundamentalistas: es que ha sacado de quicio hasta a los agnósticos, especialmente con la broma esa del aborto infantil sin información a los padres.

Claro que su mentora en la presentación de la Ley, la vicepresidenta Fernández de la Vega, avalaba el asombroso texto con una mirada embelesada a la joven Aído. Y parece que es para lo único que sirve ya la anteriormente poderosa vicepresidenta, para mirar con embeleso a criaturas frágiles, porque la están dejando como un cero a la izquierda.

Pero no es culpa suya. Es que no dan una la práctica totalidad de los titulares ministeriales. De Solbes y Sebastián no hay que hablar, porque para eso ya ha hablado Krugman. Pero es que hasta el más político de los ministros, Rubalcaba, empieza a perder los nervios cuando le dicen que es su Policía la que ha empeñado su celo contra el PP. Y, o bien ha sido cosa suya, de Rubalcaba, o Rubalcaba no manda en la Policía.

De otros Ministerios se sabe que sus titulares están dedicados a una mezcla de obras de caridad y de campañas tipo ong. Están en la filosofía de la fiesta de la banderita o, con perdón para su acendrado progresismo, en las huchas del Domund. Ahí están para demostrarlo los apóstoles de la Sanidad o de la Innovación, llenos de buena fe hablando de lo que debería ser, ya que carecen de toda posibilidad de controlar lo que ya es.

En cuanto a los ministros de Vivienda o Fomento, quizás vivan bien, pero fomentan poco. La primera ha conseguido el abaratamiento de las casas, lo que es la buena noticia. La mala es que ha conseguido que no se venda una casa. Y la segunda sólo ha fomentado el desconcierto, si nos atenemos a la última genialidad de buscar en Siberia formas de funcionamiento para aeropuertos sometidos al frío polar. Muy útil para Canarias o Baleares, Málaga o Alicante.

Hay que ser objetivos, y no lanzarse a la crítica radical. Por eso hay que salvar al ministro de Cultura, porque, por lo menos, es culto, y al nuevo de Justicia, porque va a tener éxito seguro, pues nadie lo podrá hacer peor que Bermejo. Por misericordia, sin embargo, no hay que hablar del ministro de Trabajo.

Y concluye Sentís:

Con todo este panorama, el lince de Doñana puede plantearse una crisis. Lo que sucede es que él es especialista en negar las crisis. Por eso, tenemos que emplear una nueva terminología para los cambios en el Ejecutivo.

Propongo modestamente que Zapatero utilice la expresión “interrupción voluntaria del Gobierno” lo que no podría ofender a un Gabinete pro abortista ni al votante progresista entusiasmado con el lince de Doñana.

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