(PD).- Hay algo que desorienta en esa foto, la del acuerdo entre los constitucionalistas vascos: un detalle que chirría, que sorprende, que siembra la duda y deja la inquietante desazón de una nota desafinada en un concierto.
Escribe Ignacio Camacho en ABC que, en principio, todo es normal, alegre y positivo en esa protocolaria imagen de un pacto recién cerrado: representantes de los dos grandes partidos españoles sellan con un apretón de manos su decisiva alianza contra el nacionalismo obligatorio. Una promesa de cambio, un soplo de esperanza, un aliento de libertad. Pero…
Pero la mano que une las de Iñaki Oyarzábal (PP) y Rodolfo Ares (PSE) en esa escenificación jubilosa es la de Jesús Eguiguren, el secretario general de los socialistas guipuzcoanos. El hombre que sonríe con gesto de convicción más alborozada es el insistente paladín de la negociación con ETA.
El amigo de Otegui, el ingeniero de los precarios puentes de entendimiento con Batasuna, el interlocutor porfiado del diálogo con el brazo político del terrorismo. El ideólogo de la apertura al lado oscuro. El político que con mayor terquedad y menor disimulo -lo cual le honra- ha defendido la tesis de la construcción de una pista de aterrizaje para los violentos.
Eguiguren, el hombre que se reunía en los caseríos a preparar la mesa de negociación política con el entorno etarra, lleva años elaborando una praxis de acercamiento a los batasunos desde la presunción de que les une una cierta afinidad ideológica, un izquierdismo básico frente al ideario conservador de peneuvistas y peperos.
Su imaginario político del post-terrorismo es el de un frente de izquierdas vascas opuesto a los partidos de la burguesía en el escenario de un Euskadi sin violencia. Y ahora vemos la mano que columpiaba el «proceso de paz» meciendo entre sonrisas la cuna de la recién nacida alianza constitucionalista.
Esa presencia tercerista del socialismo «transversal» es la mayor incógnita del pacto de investidura. O mejor dicho, de su alcance más allá del día en que Patxi López sea el nuevo lendakari.
Al otro lado de esa fecha esencial, histórica, que ha de cerrar la Transición pendiente en la autonomía vasca hay un paisaje de desconfianza, una geografía de albures cuyo mapa completo acaso desconozcan los propios protagonistas de este acuerdo decisivo.
El final de ETA, las relaciones con el nacionalismo sociológico, la normalización bilingüe, el papel del independentismo violento y radical… he ahí un territorio a medio explorar, una cartografía incierta que habrá de ser trazada en un marco de inevitables sospechas mutuas.
Y en ese equilibrio de lealtades difíciles se balancea la incógnita primordial de esta aventura inédita, en la que las iniciales manos unidas no deberían esconder más intenciones que las que su amistoso estrechamiento proclama.