La inteligencia de Zapatero

(PD).- ¿Es realmente un cretino el presidente? Con este demoledor epígrafe, una cadena de televisión americana celebró en tiempos de Bush un debate de gran audiencia, en el que el peor favor se lo hicieron al entonces titular de la Casa Blanca los partidarios que acudieron a defender muy seriamente su idoneidad mental, aceptando de antemano la trampa de discutirla.

Explica Ignacio Camacho en ABC que, quizá por eso nadie en La Moncloa ni en su entorno ha querido entrar al trapo envenenado que Sarkozy mostró al cuestionar con malévola soberbia la inteligencia de Zapatero; desde el mismo momento en que se accede a debatir sobre una cuestión así se autoriza la posibilidad de la duda razonable.

En el primer mandato de ZP, la derecha cometió el error de minusvalorarlo; mientras sus adversarios dudaban sobre si era estúpido o malo, él les birló la cartera y los dejó con la cara de idiotas que se les pone a los perdedores.

Eso demuestra que tonto no es; le falta preparación intelectual y solidez moral, le sobra frivolidad y osadía y se sobrevalora a sí mismo, pero tiene desparpajo y habilidad política, esa clase de inteligencia emocional que consiste en sacar partido de las propias destrezas.

La suya consiste en un olfato muy potente para captar en su provecho nuestras debilidades colectivas; sabe sintonizar sin prejuicios con esa psicología liviana, esa ética líquida y alérgica al sacrificio que caracteriza a la moderna sociedad española.

Justo ahí falló Aznar; empeñado en hacer de la política una arquitectura de la responsabilidad, olvidó que en democracia hay que gobernar para los ciudadanos, pactando con sus flaquezas.

Hemos pasado de un extremo al opuesto; de un tipo que sólo mostraba el ceño hosco de las obligaciones y los compromisos a otro que ha hecho del optimismo una ideología y de la sonrisa un método, y que basa su éxito de corto plazo en prometer que el cielo no se va a derrumbar mañana.

La maldad vitriólica de Sarkozy no escondía su cinismo pragmático; en la misma velada elogió a Berlusconi por su contundencia ganadora y despreció a Jospin, un socialista inteligente y sólido que no pasaba el fielato de las urnas.

En democracia no sirve de nada tener razón abstracta sin mayoría concreta con la que hacerla prevalecer; los cementerios políticos están llenos de sabios sin sentido de la oportunidad, y en cambio en el olimpo del poder abundan tipos sin principios dotados de la intuición adecuada para aprovechar sus ocasiones.

Rara vez se cierra el círculo virtuoso -ojalá ocurra con Obama- del carisma vencedor y la solidez intelectual y moral. El doble triunfo de Zapatero obliga a interrogarse sobre el viejo adagio churchilliano de que cada pueblo tiene el Gobierno que merece.

Estrictamente es así, tanto como que -de nuevo Churchill- éste es el peor de los sistemas… salvo todos los demás.


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