(PD).- De la financiación de Cataluña depende casi totalmente la supervivencia parlamentaria de Zapatero. Así se lo advirtió, con esa adustez de contable que gasta José Montilla, cuando le dijo por lo bajini: si por culpa de las pelas yo no me salvo, tú tampoco. Al presidente catalán le está aguardando detrás de cada esquina un enemigo con la faca entre los dientes.
A empezar por CiU, que tras el timo de la estampita que sufrió Artur Mas en La Moncloa, sueña con la revancha. A los dirigentes nacionalistas, que corren el peligro de apoltronarse en la oposición, se les presenta una ocasión excepcional para rasgarse las vestiduras a cuenta del dinero que les «roba» Madrid.
Según escribe José Antonio Gundín en El Semanal Digital, «tampoco está libre Montilla de sufrir el navajazo de sus socios de ERC, ahora bajo el caudillaje de un Puigcercós que, para ungir su liderato, está obligado a realizar algún sacrificio humano ante sus huestes. El poder no sólo corrompe; sobre todo, engorda y a los Benach, Tardá y compañía se les asoma una papada muy poco digna del independentismo de izquierdas. Así que si el cordobés que preside la Generalitat no se trae de Madrid la buchaca llena y no le tratan como a un jefe de Estado, alguien lo va a pasar muy mal, tanto en la Plaza de San Jaume como en la Carrera de San Jerónimo«.
Ésta es una de las razones, y no la menos decisiva, por la que Zapatero decidió adelantar el debate del estado de la Nación a los días 12 y 13 de mayo. Al presidente se le ponían los pelos de punta sólo pensar que tenía que enfrentarse a un hemiciclo hostil casi sin fisuras, con unos catalanes insatisfechos con la financiación, unos vascos que se consideran víctimas de un desahucio y una izquierda radical en la que cada cual tiene su excusa para ajustarle a Zapatero las cuentas pendientes de cinco años: Llamazares, para cobrarse el rapto de Rosa Aguilar; y el BNG, para hacer galleguismo-borroka, ahora que ya no tiene obligaciones de gobierno con los socialistas. Hasta los canarios podrían cantarle las cuarenta si los dineros allegados no fueran satisfactorios.
Ante esta perspectiva y con unos resultados electorales de las europeas que no pintan nada bien para los socialistas, Zapatero no podía por menos que desactivar un debate parlamentario, el segundo más importante del año, que se presumía catastrófico para su salud política, más dañino que la gripe mexicana que nos invade. Además, de este modo neutraliza a Rajoy que, al calor de una humillación socialista en el Congreso, podría sucumbir a la tentación que le susurraban al oído algunos duendecillos: presentar una moción de censura. En mayo, sin resultados electorales que arrojarle al rostro y sin la hosca soledad aislando al PSOE, al PP le va a ser difícil ganar adeptos para la causa.
Y concluye Gundín:
Habrá que esperar, por tanto, al día 7 de junio para asistir, a la vista del tamaño que adquiera la derrota de Zapatero, a la segunda resurrección del PP como alternativa de Gobierno.
