(PD).- Nadie ha querido ponerse desagradable en este clima de emoción oficial vivido durante la semana por el cambio en el Gobierno vasco y se ha hecho como que no se ha oído lo que dijo el nuevo lehendakari el miércoles por la noche en televisión. A pesar de su gravedad. En una entrevista en Antena 3.
Y es que Gloria Lomana preguntó a Patxi López si colocará la bandera española. A lo que López, visiblemente incómodo, contestó que… cumpliría la ley. Y que él no le gustan «los fundamentalismos de las banderas».
Como subraya Edurne Uriarte en ABC: o sea, que más de 30 años de persecución de ETA por sostener y defender esa bandera que López ni siquiera se atreve a nombrar, la bandera española, sólo han servido para que el nuevo lendakari la despache sin nombrarla con una evasiva referencia a la obligación legal.
Cuando todo el problema de libertad, desde ETA, y de intolerancia, desde el nacionalismo, se simboliza en la persecución a esa bandera.
Igualmente grave fue que López mentara los fundamentalismos de las banderas, equiparando a los intolerantes de la ikurriña con los perseguidos de la bandera nacional.
Lo que constituye una completa tergiversación de una historia democrática con un único fundamentalismo de la bandera. El de la ikurriña.
Quienes hemos reclamado la presencia de la bandera nacional lo hemos hecho para colocarla al lado de la ikurriña y no para eliminar la ikurriña, como se ha hecho desde el único fundamentalismo vasco con la bandera nacional.
Y si el lendakari del cambio, el que, se espera, va a traer la igualdad y la libertad al País Vasco, no entiende la diferencia o no le da la gana de reconocerla, nos espera un panorama preocupante.
De reproducción de los eternos complejos, de miedo a los nacionalistas, de cesión a sus chantajes. Con un lendakari para el que la bandera nacional es una mera obligación legal.