Zapatero, el funámbulo

Zapatero, el funámbulo

(PD).- En una opinión pública forjada a base de percepciones simples, toda la complejidad de un debate parlamentario se condensa en concepto competitivo, esquemático, de quién gana y quién pierde. Por eso las pléyades de asesores, portavoces y demás séquito de la fontanería política se precipitan tras cada confrontación a proclamar vencedor a su líder en un intento -a menudo eficaz- de anticiparse con su presión al veredicto de una observación independiente.

Como subraya Ignacio Camacho en ABC, el éxito o el fracaso de un debate no se mide sólo por el resultado inmediato del cruce dialéctico, sino que necesita el análisis de las expectativas previas con que cada cual acude al duelo. En ese sentido relativo todo depende de cómo se entra y cómo se sale.

Las dos grandes frases del martes fueron de Rajoy: «El estado de la nación es éste: cuatro millones de parados» y «usted ha dado la puntilla a las clases medias».

El líder del PP dominó las réplicas y fue superior en los argumentos y en las razones. Su diagnóstico resultó más exacto y más certero. Y sin embargo, la sensación de fondo es que se le escapó el conjunto del debate.

Que dejó sin rematar a su adversario cuando éste le cambió el marco con su discurso trufado de sorpresas embaucadoras. Que Zapatero logró que, en vez del escalofriante desempleo y el desplome social, el eje de la discusión pública acabase determinado por sus banales propuestas, y que evitó el vapuleo que le esperaba con trucos de distracción y hábiles evasivas tácticas.

Ello es así porque el presidente entró al Congreso en unas condiciones imposibles. Con cuatro millones de parados ningún gobernante puede salir vivo y ningún líder de la oposición puede permitirle un resquicio de escapatoria. Todo eso sucedió, empero; Rajoy endilgó un primer discurso ortopédico y llegó tarde y descolocado al cuerpo a cuerpo.

Incluso la victoria a los puntos era un éxito corto, cicatero, ante un gobernante que tenía que haber abandonado la sesión hecho unos zorros, listo para el descabello y el arrastre. Y se fue eufórico porque sabía que le valía cualquier balance que no fuese una paliza.

Objetivamente, Zapatero se quedó solo en su autismo malabarista, repudiado por una oposición que no le hizo en conjunto una sola concesión de benevolencia. Cabreó a las clases medias a las que va a suprimir la desgravación de las hipotecas, ofendió a los desempleados al eludir su drama y decepcionó a los empresarios sin ofrecer reformas socioeconómicas de fondo.

Presentó un discurso para mileuristas, un programa de demagogia populista de corto plazo, con su clásico recurso a las dádivas, subvenciones y regalos. Pero cumplió su principal objetivo, que era esquivar una tunda terminal.

Y aunque carece de credibilidad y de criterio para gobernar, es un funámbulo del poder dispuesto a cualquier cosa con tal de seguir haciendo equilibrios en el alambre.

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