El efecto Núñez Feijóo

El efecto Núñez Feijóo

(PD).- Ojo a ese tipo de Galicia, Alberto Núñez Feijóo. No le pierdan la pista; puede ser gente en la política española. Tiene el perfil que las encuestas piden para un dirigente del centro-derecha: moderado, abierto, tenaz, pragmático.

Escribe Ignacio Camacho en ABC que parece suavón y algo aburrido, sin estridencias, pero pega -que se lo digan a Touriño- con mano de piedra y cierto instinto asesino.

Le ha ganado a una coalición socialnacionalista que representa la síntesis del zapaterismo. Y aunque tuvo algunos cargos intermedios en la Administración aznarista, pertenece a la generación que no salió quemada del poder. Es un activo de futuro. Quizá no «el» hombre del futuro, pero quién sabe.

Después del triunfo en las europeas quedan pocas dudas de que Mariano Rajoy será de nuevo el candidato del PP a la Presidencia del Gobierno.

Salvo una improbable catástrofe en las municipales del 11, los críticos no volverán a salir antes a campo abierto; a su manera lenta y constante, con tracción de gasoil, ha ido recomponiendo un liderazgo a su estilo y medida.

En su piel de elefante han rebotado maniobras, disidencias y hasta conspiraciones, y hoy por hoy no tiene alternativa. Pero si vuelve a fracasar o se abre, por la razón que sea, una catarsis; si la derecha española se ve abocada a buscar un líder que arranque con motor de inyección, es probable que el partido mire por encima de la nomenclatura del aznarismo y se decida a dar un salto generacional.

Aguirre y Gallardón se neutralizan mutuamente, Camps está más tocado de lo que parece y Arenas, aunque aún joven de edad, lleva demasiado tiempo en la primera línea.

Feijóo es un político de síntesis. Un hijo del marianismo con una imagen más moderna que su jefe.

Sabe aguantar y esperar sus momentos, como demostró tras sustituir a Fraga, que no era un encargo fácil. Tiene el toque centrista gallardoniano, la transversalidad capaz de construir mayorías, sobre todo entre los votantes urbanos; no se le transparentan ambiciones y hasta ahora ha manejado los tiempos con solvencia.

Carismático no resulta, pero ha ganado unas elecciones a la primera en la tierra del «aparatchik» Pepe Blanco. Y hay quien sostiene que para tumbar a Zapatero hay que ponerle delante a un tío al que no se pueda vincular con el pasado.

Por ahora, es un capital de reserva, un depósito a plazo que rinde intereses a su jefe de filas. Si Rajoy alcanza el poder, da el retrato robot de un vicepresidente o un ministro de Estado. Pero sobre todo representa, como Cospedal, Sáez de Santamaría o Basagoiti, esa nueva oleada de cuadros que un partido necesita para convertirse en garantía de relevo.

Una dirigencia nueva, sin hipotecas, moderna y con capacidad de gobernar en la España poliédrica de este tiempo confuso. Justo lo que le falta a Zapatero, que detrás de los supervivientes felipistas sólo enseña la insolvente liviandad de bibianas y pajines. Ojo al viento del noroeste.

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