La victoria del hombre tranquilo

La victoria del hombre tranquilo

(PD).- Es indudable que el viento sopla a favor de Rajoy. La crisis económica ha dejado grogui a Zapatero, que sigue empeñado en hacer sonar los violines de la ideología pese a que el barco se hunde. Mientras el PSOE se envuelve en la bandera antinuclear, apadrina la nueva ley del aborto y se enroca del brazo de Llamazares para cerrar el paso a una reforma del mercado laboral, el PP sigue creciendo como alternativa.

El mitin realizado este sábado por Mariano Rajoy para conmemorar el aniversario de su reelección en el congreso de Valencia revela que el presidente del PP está decidido a hacer valer su triunfo en las europeas con dos objetivos claros: restañar las heridas internas que se abrieron en aquel cónclave y poner a trabajar al partido para derrotar a Zapatero en las próximas elecciones generales.

Afirma Ignacio Camacho en ABC que, después de una victoria electoral, y no digamos de dos, cualquier político se siente más importante y hasta más guapo.

Los enemigos se difuminan y empiezan a aparecer amigos impensados que de repente han recordado su número de teléfono. Los medios que antes no encontraban hueco para publicar entrevistas convocan foros para agasajar al vencedor, y los grandes empresarios que siempre orbitan en torno al poder sienten inesperado interés por escuchar su programa en almuerzos privados.

Todo esto le empieza a pasar a Rajoy, aunque la mayoría de los que le acarician el lomo aún descreen de sus posibilidades reales; pero al menos cuando le echan la mano por la espalda ya es para darle muestras preventivas de afecto en vez de para atizarle una puñalada.

Entre los defectos del líder del PP no está -por ahora- el de la soberbia, de modo que resulta improbable que haya llegado a verse las sienes orladas por un aura de súbito carisma. Pero es cierto que se siente más seguro y se le nota.

Le ha aumentado el grado de autoconvicción y empieza a verle la punta a su esfuerzo de resistencia.

Con las debidas precauciones de todo buen gallego ha dado por relativamente pacificado el partido y ha decretado el estado de alternativa. Ayer se fue a Valencia a proclamarlo, y ni el lugar ni la fecha eran casuales: quería conmemorar el aniversario del congreso en que decidió volver a darse otra oportunidad a sí mismo.

Rajoy celebra esa efemérides porque sabe que es el punto de inflexión de su peculiar liderazgo. En Valencia ejecutó el mandato freudiano de liquidar al padre, que se despidió con un discurso brutal y bastante rencoroso y enterró el aznarismo sin contemplaciones; pero sobre todo se desprendió de la herencia que hasta entonces había respetado con el catastrófico resultado de una amarga derrota.

A su manera suavona ejecutó sin piedad una purga, esquivó conspiraciones de candilejas y tiró, como Hamlet, estocadas a las cortinas.

A eso se refería cuando habló este sábado de «superar viejas historias»; ahora se siente en condiciones de organizar a su modo el asalto a la Moncloa. Lo hará desde el centrismo, ese indeciso territorio de ambigüedad política que consiste sobre todo en no irritar a la gente.

Él lo llama «sentido común», una expresión de la que abusa, pero se le ha oído en privado una declaración algo -sólo algo- más precisa: no meterse en batallas que los españoles no están dispuestos a dar.

El resto, cree, lo va a hacer Zapatero, al que se le está yendo de las manos no ya el timón del país, sino el de su propio equipo. El riesgo de esta estrategia (?) está en confiar en que el poder caiga en sus manos por una especie de oleada natural; si algo tiene demostrado el presidente del Gobierno es capacidad para reinventarse.

Y luego están las «viejas historias» de rencor y ambiciones; puede que no sean tan viejas para desaparecer a golpe de voluntarismos.

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