Artículo de opinión

La Nación eres tú

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El lío a propósito de la nación, las naciones o las nacionalidades, es comprensible. La Constitución no puede entenderse como texto jurídico-político al margen del contexto social que la vio nacer. El texto que enmarca nuestra convivencia es resultado, fundamentalmente, del pacto. Al contrario que todas las anteriores –ocho, ahí es nada- que siempre fueron la imposición de una parte de España contra otra, la nacida en la Transición es la de todos y la de nadie en concreto. Y eso se muestra con más viveza en el Artículo 2 y el Título VIII. Es decir, en el modelo territorial.

La Constitución no define ni establece un modelo sino unas vías para construirlo y, por el camino, incurre en algunas imprecisiones e incluso errores lingüísticos, como el de nacionalidades, Marías dixit. Y aunque sería fácil desmontarlos e, incluso, señalar los efectos perniciosos que esos términos han tenido en nuestra historia reciente, lo justo es reconocer el valor esencial de la norma. Si los constituyentes pudieron unirse y regalarnos, a todos los que les hemos seguido, la mejor constitución de nuestra historia, lo mínimo es ser agradecidos y comprensivos con los fallos.

Pero, como en la vida misma, la comprensión no está reñida con la firmeza y, por eso, todo se reduce a una defensa férrea de la Nación.

Este término ha sido muy discutido, pero, en síntesis, alude a dos posibles realidades:

La nación en la concepción del Romanticismo como una comunidad de individuos con elementos comunes ajenos a su voluntad como la raza o la lengua. En este caso el individuo cede relevancia frente al colectivo, percibiéndose la nación como una comunidad de destino previa al Estado. Fichte lo describió en 1808 y luego gente de todo pelaje lo ha utilizado para sus imaginarios mentales.

Frente a ello, la nación en su concepción ilustrada, como un conjunto de individuos que, en un momento determinado de la historia, deciden establecer que son libres e iguales en derechos y obligaciones, We the people. En ese caso, la colectividad y la institución están supeditados al individuo que, libremente, suscribe un pacto entre iguales que deciden crear un modelo de convivencia conjunta. Esto fue lo que intelectualmente prepararon los pensadores liberales y del que emana la base del poder político, es decir, la soberanía nacional. Es por eso que la nación eres tú y somos todos y, como conjunto, los poseedores de la soberanía.

Ignacio Catalá, diputado del Partido Popular

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