Pedro Sánchez es un tipo peligroso, de esos que con tal de salvar el pellejo son capaces de ir dejando un reguero de cadáveres por el camino.
Incapaz de aceptar que el responsable del cacharrazo de la izquierda en Madrid, Castilla y León y Andalucía y de la caída del PSOE en las encuestas es él mismo, maniobra para mantenerse a flote y tirará por la borda a todo el que no le sea útil.
Ya ha empezado y Adriana Lastra, como antes José Luis Ábalos o Iván Redondo, es un ejemplo claro de lo que pretende hacer el inquilino de La Moncloa.
Nadie está salvo en el PSOE, ni siquiera los que le han sido más serviles.
Esto lo saben los socialistas y explica el ataque de pánico que recorre la organización. Y el aviso incluso se extiende a quienes hoy ejercen como presidente autonómicos.
Tras Lastra, llega el turno de otros personajes.
Como diría el clásico, que los Emiliano García-Page, en Castilla-La Mancha; Guillermo Fernández Vara, en Extremadura; Javier Lambán, en Aragón o Ximo Puig, en la Comunidad Valenciana, vayan poniendo sus barbas a remojar.
Tanto es así que a nivel de las elecciones autonómicas y municipales el presidente va a tirar de encuestas internas para testar si tiene o no que relevar de la cabeza de lista electoral a alguno de esos barones.
Nadie está tranquilo ni en el Ejecutivo ni en Ferraz porque Sánchez es implacable y no sabe ni lo que significa la palabra gratitud.
Se va a cargar a todo el que no considere rentable de cara a las elecciones generales del próximo año.
Lo que sea, antes de asumir que el culpable del hundimiento del PSOE es él.
Va dejar al PSOE como un solar, pero le importa un comino porque en el fondo de su pecho, lo que palpita es un corazón de caníbal.
