Vista larga, paso corto y mala leche, como se decía antaño de la Guardia Civil caminera.
Santiago Abascal se mueve ya con el horizonte de las generales de 2023 y ese ensayo general, clave, que serán las autonómicas y municipales de mayo.
Y el líder de VOX tiene claro que es esencial para su partido repetir al menos los 52 escaños que tiene ahora en el Congreso de los Diputados y ser un fuerza decisiva en ayuntamientos y regiones.
Y el mensaje, simple, claro y directo, no deja resquicio a la duda:
«¿Si un PP con mayoría absoluta no es capaz de derogar las políticas de la izquierda va a hacerlo un PP con 100 o 150 escaños? No va a hacerlo».
La estrategia de Abascal es proyectar a VOX ante la ciudadanía como el único partido capaz de cambiar las cosas de verdad, recordando a todo el mundo la acomodada reluctancia del PP en tiempos de Mariano Rajoy para emprender otras tareas que no fueran la gestión.
La de Alberto Núñez Feijóo, consiste en ocupar el centro con una propuesta tranquila de gestión económica, baja en calorías ideológicas y alérgica a dar batallas morales.
Ese posicionamiento le permitirá pescar papeletas de votantes socialistas desencantados, amén de llevarse entero el voto de Ciudadanos, que en realidad ya ha desaparecido.
En Cataluña y el País Vasco, donde el PP está de capa caída, la receta de su nuevo líder es el autonomismo y no mojarse en la persecución del idioma español.
Evitar la liza con el separatismo puede resultar una senda errónea, como nos recuerda el hecho de que CS ganó las autonómicas catalanas dando una brava batalla contra el independentismo y que VOX se disparó en Cataluña con idéntico planteamiento.
En las elecciones autonómicas de Andalucía y en las encuestas, esa ‘moderación’ y la táctica de ignorar a VOX, parece haberle dado resultado a Feijóo, pero no hay nada que funcione en el futuro.
Y por una razón muy simple: de la mano de Pedro Sánchez, un oportunista sin mayores escrúpulos, el PSOE se ha echado al monte, coaligado con los comunistas y asociado con los separatistas y hasta con la ‘marca blanca’ de ETA.
El nacimiento de ese nuevo Frente Popular deja un enorme hueco en el centro y a menos que Sánchez lleve su marrullería hasta el fraude, Feijóo ganará las generales, sobre todo por el malestar económico .
Feijóo emite a veces señales esperanzadoras, como su promesa de derogar si llega al poder las aberrantes leyes de memoria de Sánchez y Bildu.
Pero el planteamiento general de Génova es que la moral pertenece al ámbito privado de las personas y que al PP no le compete dar batallas morales, ni tampoco culturales. Gestión, Constitución, modales tranquilos, y ya está.
Piensan los populares, alergicos al debate cultural o la batalla de las ideas, que con eso les basta para ganar las elecciones.
Feijóo, aunque tiene mucho más instinto político que Rajoy, también es funcionario. Y él y la inmensa mayoría de su equipo -incluyendo barones regionales del PP- se sienten cómodos en esa socialdemocracia centrista y aseada, lejos del populismo manirroto de Sánchez.
En realidad su diferencia económica con el PSOE estriba en cuadrar mejor los balances.
La política económica del PP no difiere demasiado de la que aplicaron González y Solchaga y prueba sangrante de ello fue como nos frieron a impuestos Rajoy y Montoro en sus siete años de Gobierno.
Con excepciones y quizá Isabel Díaz Ayuso sea una de ellas, los dirigentes del PP asumen que el rodillo de ingeniería social del PSOE es irreversible, que buena parte de la sociedad ya comulga con esas mamarrachadas de genero, lenguaje y callejero. Sin VOX espoleando y echándoles el aliento en la nuca, se encogerán de hombros en asuntos socioculturales.
Y contra eso alerta Abascal.
La reforma del Código Penal que ha acometido Sánchez se da de bruces con la libertad ideológica, de expresión y manifestación, y así lo denunció el PP en su día en el Congreso.
Pero ahora, cuando llega la hora de recurrir ese oprobio ante el TC, el PP se da de baja y deja a VOX solo en los recursos.
Como sentencia clarividente Luis Ventero en ‘El Debate’, en política se puede ser un oficinista o un estadista.
«Los estadistas aplican luces largas e intentan cambiar los países para hacerlos mucho mejores. Los oficinistas se conforman con manejar ‘razonablemente’ la máquina de la Administración».
Pero en España hay demasiadas cosas averiadas como para conformarse con la gestión.
Hay un destrozo de las instituciones, que alcanza incluso al poder judicial y la estadística nacional, cuya independencia ha sido atacada. Se ha provocado un doble deterioro en la educación, con una merma del esfuerzo y haciéndola más doctrinaria para fabricar buenos «progresistas».
Se han sancionado delirantes leyes de género y una norma del «sí es sí» que destroza la presunción de inocencia.
¿Va el nuevo PP a pasar de todos esos retos?
Santiago Abascal insiste en que no lo permitirán, si la ciudadanía española respalda a VOX y son decisivos cuando llegue el momento.