La obra de teatro que interpretan los políticos en su mundo de yupi se aleja cada día más de los problemas reales de la ciudadanía.

Violencia política, máquina de fango (II)

Según el partido de Irene Montero en palabras de su entonces líder Pablo Iglesias, los escraches son “jarabe democrático”, un derecho del pueblo contra la casta política, una justa forma de expresar malestar en democracia contra los cargos públicos.

Violencia política, máquina de fango (II)
La nueva casta que prometían terminar con la pobreza y sólo terminaron con la suya. La mentira encarnada en personas.

Cristina Cifuentes sufrió un escrache en la calle con insultos, escupitajos, empujones y amenazas de muerte. Desde entonces hasta hoy han sido muchos los escraches a políticos y políticas de diferentes partidos. Según el partido de Irene Montero en palabras de su entonces líder Pablo Iglesias, los escraches son “jarabe democrático”, un derecho del pueblo contra la casta política, una justa forma de expresar malestar en democracia contra los cargos públicos. Eso sí, cuando ellos acceden a esa casta y se van a vivir de Vallecas a un chalet, (lo que prometió Iglesias que nunca haría, aislarse del pueblo), impiden el jarabe democrático del pueblo con decenas de guardias civiles para no probar la misma amarga “medicina” que recetaban para otros.

La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”, dice un texto breve de Juan de Mairena, heterónimo de Antonio Machado. Quienes no condenan agresiones en mítines a dirigentes de otros partidos, intentos de golpes de Estado, apoyan indultos a sus promotores y pactan eliminar el delito de sedición, acusan y pretenden aislar y expulsar del juego democrático a un partido político muy de derechas, pero que no cuestiona el régimen democrático. Tener como objetivo político cambiar la estructura del Estado invirtiendo la descentralización se considera un atentado contra la Constitución por aquellos que defienden derogarla, y con ello derogar la Monarquía, el régimen del 78 y acabar con la unidad territorial de la nación. Son objetivos políticos de UPodemos, ERC, Bildu, PNV y otros que sostienen al Gobierno de la nación que quieren desmontar. La tolerancia hacia ideas distintas ha muerto. Aplican el pensamiento único talibán como una máquina de fango contra quienes discrepan de sus políticas y pretenden exterminarlos.

La escritora Evelyn Beatrice Hall en la biografía de Voltaire escrita en 1906, “Los amigos de Voltaire”, dijo “No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo”. Con ese espíritu vino la democracia y asistimos en TVE a debates políticos en los que participaba Blas Piñar cuestionando la Constitución, la Monarquía y la democracia (“La Clave” de José Luís Balbín), o actos conjuntos de Manuel Fraga y Santiago Carrillo transmitiendo que la democracia es tolerancia, diálogo y respeto al que piensa distinto. Esa democracia se perdió por el camino y nunca llegó a su destino. Ha transmutado en una partidocracia asfixiante donde se pretende imponer una forma de pensar criminalizando las ideas políticas que no coincidan con las de la izquierda radical, el nacionalismo y los independentistas.

Hay quienes piensan que VOX es fascista y están en su derecho a decirlo. El mismo derecho tienen quienes piensan lo contrario, que si se atreven a decirlo son etiquetados como fascistas. La velocidad con la que se “dispara” el adjetivo señala la mentalidad fascista de quien lo hace. Que el Gobierno y sus medios afines estén tratando de incrustar esa idea en la sociedad, añadiendo que el PP es también ultra, y Cs, dependiendo de que apoye o no al Gobierno, lo mismo, puede ser una estrategia política errónea con efectos negativos para la democracia/partidocracia que habitamos. Cuando se acaba el discurso político llegan las urnas y ya conocemos lo ocurrido en Italia con la “ultrafascista” Meloni, o en Francia con el socialismo (menos del 5% de votos). No se puede defender la legitimidad democrática de Bildu que nunca ha condenado un crimen de ETA porque lo votan 277.621 ciudadanos, y despreciar y criminalizar a VOX y a sus 3.656.979 votantes (3.382.358 más que Bildu) porque plantea reformar la estructura del Estado de las autonomías.

La obra de teatro que interpretan los políticos en su mundo de yupi se aleja cada día más de los problemas reales de la ciudadanía. Criminalizar al rival político en democracia es peligroso. Jugar con fuego puede prender un incendio de consecuencias imprevisibles, imposible de controlar. Todos los españoles tenemos derecho a decidir el futuro de nuestra nación; ningún Gobierno, ley ni pacto entre partidos políticos puede impedirlo si no es por la fuerza y acabando con el régimen democrático y las libertades. El Gobierno, con su rumbo político pone en riesgo la convivencia y está inyectando en la sociedad un veneno mortal contra la democracia.

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