Hasta los socialistas admiten que está amortizado

El fin del zapaterismo

Su suerte política quedó ligada al fiasco catalán desde que dio alas al Estatut

El fin del zapaterismo
Zapatero y Montilla en un mitin. EFE

El 28-N no sólo es el final del tripartito, sino que también puede ser el principio del fin de Zapatero, que ha recibido una inequívoca patada electoral en el trasero del PSC. Es el gran derrotado de los comicios celebrados ayer, ya que fue él quien contribuyó a la pesadilla de los siete años de soberanismo radical en Cataluña dando alas al Estatut. Es posible que anoche maldijera la hora en la que tuvo aquella ocurrencia: «Aprobaré la reforma estatutaria que salga del Parlament».

Porque desde ese momento, su suerte quedó uncida al fiasco catalán. Tan maltrecho queda, que no sería en absoluto descartable que se planteara hacer coincidir las elecciones municipales y autonómicas de mayo con las generales.

Carente de fuelle político, y sin resuello económico por la desconfianza que genera dentro y fuera de España, al cada vez más aislado Zapatero se le agotan las posibilidades que tiene para llegar indemne a 2012. La mayor derrota electoral del PSC en su historia obliga a una autocrítica. Las urnas han descalificado a Montilla, y al irresponsable rumbo identitario que ha marcado a Cataluña. El batacazo obliga al cordobés a presentar su dimisión, incluso antes del
próximo Congreso del PSC.

El electorado también le ha dado con la puerta en las narices a ERC, los socios radicales del PSC, que han ejercido una suerte de batasunización de la vida política catalana. Tanto Carod-Rovira como Puigcercós quedarán como una pesadilla de la que Cataluña se ha librado después de años de abusos. Aunque lamentablemente irrumpe en el Parlament otra fuerza de carácter independentista, el partido de Joan Laporta, formación diseñada a imagen y semejanza de su controvertido líder.

Ha terminado la pesadilla del tripartito, pero se nos avecina otra no menos inquietante con el regreso del pujolismo independentista. Mas ha dejado claro que su «prioridad es Cataluña» y que se siente catalán y «sólo en esa medida» puede ser «también ciudadano de un Estado, que en este caso es el español» (tomen nota del orden de los factores).

El retorno del pujolismo, con el rostro posmoderno de Artur Mas, no va a traducirse en mayores cotas de libertad y democracia, sino en nuevos chantajes soberanistas. Llueve sobre mojado. Los siete años de radicalismo identitario han generado un grave déficit democrático, que ha ahondado la brecha entre los ciudadanos y una clase política autista, dando origen a fenómenos como Ciudadanos, que se mantiene con tres escaños. Los índices de abstención constituyen una lamentable constante de la sociedad catalana, a pesar del repunte de participación observada en estos comicios.

Esa indiferencia ante la política ha sido la baza que han jugado los socialistas y sus socios radicales para practicar un intervencionismo liberticida, cometiendo graves atropellos contra derechos constitucionales o dividiendo a la sociedad con surrealistas prohibicionismos, como el de la Fiesta.

Si a eso le añadimos la omertá informativa que supone tener comprados o domesticados a la mayoría de los medios de comunicación, se explica muy bien la preocupante anemia democrática que presenta la que antaño era una de las regiones más prósperas y dinámicas de España. Anemia democrática y, a la postre, económica.

El balance es elocuente: 15.000 empresas cerradas y 700.000 ciudadanos en paro, y una economía colapsada, que este año ha sido superada por la Comunidad de Madrid, por primera vez en la Historia. A tal panorama corresponde la campaña electoral de Cataluña, en la que han faltado propuestas de calado y ha sobrado mal gusto. Preocupados por la indiferencia del votante, algunos de los líderes se han puesto al nivel de Chikilicuatre para atraer al ciudadano a las urnas.

Es obvio que Artur Mas no caerá en ridículas cacicadas como imponer el pa amb tomaca por decreto, pero no dudará en cobrarse a precio de oro el apoyo fenicio a un Zapatero más débil que nunca. El propio líder ya ha anunciado por dónde van a ir los tiros: jugará a fondo
la baza del concierto económico.

A falta de pan, buenas son tortas: a falta de independencia «cuyo momento no ha llegado», exige la atribución de recaudar todos los impuestos en Cataluña. Es decir, soberanía económica, que es independencia en la práctica. Chantaje financiero en el exterior e intervencionismo en el interior: seguirá persiguiendo a quien rotule en castellano y seguirá contando con una cla periodística, a la que se suma desde ayer mismo el diario pronacionalista Ara.

La pequeña gran esperanza es que CiU precisará de apoyos puntuales. Y la que se perfila como la fuerza política que puede equilibrar el preocupante sesgo, por su moderación y sus sólidas propuestas, es el PP, que ha obtenido unos resultados históricos. La campaña protagonizada por Alicia Sánchez-Camacho ha sido modélica: fue la única que ofreció
recetas para afrontar el paro y encarar asuntos como la sanidad o el modelo educativo.

Lo que el catalán medio necesita es llegar a fin de mes, no que la Generalitat tenga embajada en la India o que un vicepresidente (Carod) haga turismo a costa del erario público.

Puede jugar, por tanto, un importante papel en pactos episódicos con CiU, ya que no parece fácil que éste se entienda con los socialistas, después de las tomaduras de pelo de Zapatero a Artur Mas.

El partido de Rajoy deberá extremar la prudencia y el sentido de Estado ante un Mas especialmente marrullero que barrerá para su casa soberanista, con su chantaje económico y fiscal sobre el resto de España. El PP deberá estudiar con suma cautela qué tipo de respaldo presta a los ganadores de las elecciones, a fin de no convertirse en cómplice de sus órdagos, lo cual implicaría un engaño para sus votantes.

Editorial de La Gaceta.

 

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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