El rojo Ferrari del asturiano Fernando Alonso le ha dado alas al rojo PSOE de Javier Hernández en Asturias. El centro-derecha asturiano ha vivido esta jornada electoral con un ojo puesto en Malasia y la mosca de la guerra civil conservadora detrás de la oreja.
Esa mezcla explosiva ha convertido a la abstención en la gran vencedora de las elecciones autonómicas del Principado. Y un socialismo al que le escuecen las últimas heridas electorales, se ha limitado a aprovechar las aguas revueltas para obtener la correspondiente ganancia de pescadores.
En el conflicto entre las dos derechas que hielan el corazón de los asturianos, ya no queda la mínima duda de que ha ganado Paco Álvarez Cascos. Pero, entre él y Cherines, se han dejado, en ésta segunda vuelta para ajustar cuentas, nada menos que tres diputados, asunto que a Álvarez Cascos debería inducirle a hacérselo mirar en el diván de un psiquiatra, pero que, a la Calle Génova, debería obligarle a replantearse un panorama de borrón y cuenta nueva a partir del día después de éste esperpento.
Izquierda Unida, por su parte, ha asumido con éxito el papel de garrapata electoral. Es lo que intenta hacer en todas las citas electorales. Lo que pasa es que a veces le sale mal, como en las últimas generales, otras bien, como en las de Andalucía y otras le deja a orilla de las procelosas aguas de los pactos de gobierno, como en estas de Asturias, en las que se ha quedado compuesta y sin novio, para vestir santos, vamos, condenada a pasarse la legislatura dando la tabarra desde la utopía.
El cuadro postelectoral de Asturias, patria querida, se puede describir como una derrota de todos, en la que no se va a considerar derrotado ninguno.
El PSOE, porque ha sido el más votado, o sea, lo mismo que Arenas en Andalucía, pero el socialismo, en estos temas, tiende a ver la botella medio llena, mientras que los populares, sino alcanzan el poder, tienden a verla medio vacía.
El PP, porque Charines ha quedado proclamada ama de llaves del gobierno del Principado. Y si eso es no tener el poder, desde luego es lo que más se le parece, como muy bien podrían explicárselo los eufóricos chicos de Izquierda Unida en Andalucía. Álvarez Cascos, porque ha vuelto a poner de rodillas a la Calle Génova.
Por segunda vez consecutiva se ha convertido en una china en las botas de las siete leguas de Mariano. IU, porque se ha pegado una subida en diez meses que ni la prima de riesgo con la deuda española, oye. Y, UPyD, la convidada de piedra en esta fiesta, porque pasaba por ahí y pilló cacho en el botellón electoral, como dirían los chavales.
Lo que pasa es que el mapa político asturiano, salvo para el elenco de actores endogámicos, huele como el «Cabrales» pasado. Es como aquella serie, «Aquí no hay quien viva», pero en versión comunidad autónoma, en vez de comunidad de vecinos: «Aquí no hay quien gobierne». Sólo que a Cascos y Cherines, en esta absurda ocasión, no les queda más remedio que aceptar los papeles protagonistas de otra versión de aquella célebre película de Julia Roberts y Patrick Bergin: «durmiendo con su enemigo»
Sólo una última reflexión en esta jornada electoral que ha vuelto a dejar con el culo al aire a distintas y distantes empresas demoscópicas. Nadie ha tenido en cuenta que el peor enemigo de Arenas y de Cherines en las urnas ha sido Mariano Rajoy. Que ambos han sido víctimas del fuego amigo.