Una España indignada discute por los indignados

Señora Cifuentes: ¡construya un «indignódromo»!

El problema de un país en "estado crítico" es el 15-M

Se echarán de menos las siluetas de los campamentos de las Puertas del Sol de toda España. Los jóvenes y las jóvenas, los maduros y las maduras, los mirones y las mironas invadiendo las redes sociales con centenares de leyendas de pequeñas ciudades portátiles sin nombre inmortalizadas en sus móviles. Se echarán de menos los e-mails de tantos hijos e hijas entonando himnos de la alegría remitidos a sus progenitores: ¡Papá: yo he estado ahí!

Un año después del primer 15-M, las miserias humanas de los tertulianos, de los articulistas, de los sociólogos, de los politólogos, siguen exprimiendo los cerebros para mantener á la opinión pública y a la opinión publicada dividida en fiscales y abogados defensores. O estás a favor del 15-M o estás contra él ¿No se pueden compartir pros y contras al mismo tiempo? ¿Es pecado en éste país no militar en una de esas dos Españas carrozonas, redundantes y pelmazas, que llevan dando el coñazo desde Larra hasta nuestros días, entre ríos de tinta en prosa y alguna canción desesperada en un poema suelto de Machado?

Si los jóvenes no se mueven, son unos pasotas que hipotecan el futuro. Si 50 de cada 100 no trabajan, es porque no quieren, porque son unos vagos, porque están como Dios viviendo de la sopa boba en casa de Papá y Mamá. Si se movilizan, son unos perroflautas, o elementos antisistema o marionetas manejadas por hilos que sólo emiten consignas de ventrílocuos con oscuras intenciones.

Demasiado sencillo para resolver esta ecuación de la segunda década del siglo XXI. En esa amalgama de manifestantes que acuden a la llamada de los tambores de guerra que resuenan en la red, hay de todo y de todos, juntos y revueltos, a imagen y semejanza de las manifestaciones de los adultos. Pero fundamentalmente se respira el miedo de todos los miedos.

La M del 15-M, es la M de la palabra miedo. El miedo de los conservadores a que esos chicos rompan la baraja del orden establecido, de los designios de los dioses de los mercados, de la resignación ante la religión del euro, que predica un «más allá» después de la crisis. El miedo de los progres, absolutamente desconcertados ante esos dulces pájaros de juventud que ya no los contemplan (como era tradicional) como los buenos de su película.

El miedo de los medios de comunicación, incapaces de ejercer de mensajeros entre los indignados y los resignados. El miedo a tantos miedos que se detectan en una sociedad estática, paralizada, que entra en pánico en cuanto algo se mueve.

Cristina Cifuentes, la Delegada del Gobierno en Madrid, ha confesado que lleva dos noches sin dormir para evitar que la Puerta del Sol se convierta en un camping. De esa eventualidad depende su fracaso o su gloria en el ejercicio de su cargo.

Pero quizá nadie le ha pasado el censo de padres y de madres que llevan años de insomnio, preguntándose cada madrugada ante las fotos de sus hijos licenciados o con sus títulos homologados de Formación Profesional: ¿qué va a ser de ti?

Claro que la responsabilidad de un gobernante es mantener fronteras para que los derechos de unos no invadan los derechos de otros. Pero a estos chicos con conocimientos, sin trabajo, sin oportunidades y sin sueños, les ha condenado el sistema a «hacer la calle».

Su paisaje lo describió hace poco más de un año el grupo portugués Deolinda, lamentándose «de un mundo tan bobo en el que para ser esclavo es preciso estudiar». Su ira se concentra en pacíficas ironías plasmadas en pancartas: «no hay pan para tanto chorizo» ¿Se puede pedir más madurez, más civismo, ante tanta rabia y tanta frustración acumulada?

Sólo son la punta del iceberg de millones de españoles indignados. Porque, en España, el que no esté indignado es porque pertenece a alguna de estas minorías: los que viven de rentas, los banqueros tutelados por papá Estado, los que son o se han hecho ricos, los ejecutivos con contratos blindados, las juventudes socialistas o populares que trepan, los políticos colocados, los corruptos públicos o privados, las garrapatas de los presupuestos centrales, autonómicos y locales, los que habitan en bunkers económicos a prueba de la radioactividad de la crisis.

Fuera de esas especies protegidas, el que no está indignado debería hacérselo mirar: o es tonto, o es ciego, sordo y mudo o está abducido por los extraterrestres que sostienen a las dos Españas que ni siquiera hielan ya los corazones. Que les den a ambas, y a sus respectivas hinchadas, por donde les quepa.

De todas formas queda una solución para tantas Cristinas Cifuentes que se agobian cuando los 15-emes hacen la calle: construir «indignódromos».

Las Cifuentes de Río de Janeiro, sobrepasadas durante años por las riadas humanas de los carnavales cariocas, confiesan ahora que el dinero mejor invertido en 1984, aunque las arcas brasileñas no estaban para bromas, fue encargarle al maestro modernista Niemeyer el sambódromo.

Si la cosa va a más, teniendo en cuenta que la crisis no parece que vaya a ir a menos, ¡qué buena ocasión para descolgar el teléfono y llamar a Rafael Moneo, en vez de seguir descolgándolo para llamar, cada 15-M, a la policía! Igual le sale al país más barato…

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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