Jordi tiene devoción por Madrid, debe ser porque hizo la mili en Colmenar Viejo y le quedó la impronta
La noche del 16 al 17 de junio de 1992, los hijos de Jordi Pujol guardaban vela y ensayaban con antorcha en un caserón de la Cerdaña.
Con el humo de la torxa y los ensayos para las fotos y aquellos atuendos blancos refulgentes, parecía una reunión de kukuxklán, aunque sin capuchas.
Los cachorros de Pujol querían -como el resto de los jóvenes de su edad- rendirse a las emociones de los Juegos Olímpicos, pero no podían hacerlo a la vista de todos, por varias razones que luego explicaremos.
Todos los hijos del president Pujol y de Marta Ferrusola, menos Marta hija, se habían citado para participar en los relevos de la antorcha olímpica de los juegos de Barcelona’92.
Ellos buscaron unas carreras desiertas, en la comarca pirenaica de la Cerdaña, para ser poco vistos y para que Oleguer, quizá el más independentista, junto a su novia y un amigo desplegaran el «Freedom for Catalonia» a su paso y una bandera catalana.
Antes que él Jordi, el mayor, Josep, el segundo, Oriol, en fin todos menos Marta, dieron el relevo como desgarbados atletas. No les gustaban aquellos juegos con los Reyes, los socialistas de Pasqual Maragall; y aquel José Antonio Samaranch, al que todos reverenciaban.
Además Oriol estaba en una especie de libertad vigilada familiar por sus anteriores excesos. Cuando se inauguró el Estadio de Montjuic, él y Marc Prenafeta (hijo del secretario de Pujol en la Generalitat) aparecieron en las fotografías de los boicoteadores del acto.
Aquella lluviosa tarde dejaron en evidencia a su padre, mezclado entre las autoridades [los Reyes, Javier Solana, era el ministro de jornada].
Mientras ellos, desde encima de la tribuna, silbaban al Rey y desplegaban las banderas, unas 1.300 que introdujeron en el Estadio días antes, en un acto de sabotaje premeditado que puso colorado a papá Pujol y que obligó a la Generalitat a disculparse ante el Rey.
Pujol sabía que iban a hacerlo, aunque no imaginase que llamasen tanto la atención. Lo consintió como siempre, con el independentismo, manga ancha. Al nene Oleguer, que tenía 20 años, le tocaron la cresta en casa y le dijeron que si quería hacer el borinot (aunque literalmente sea el macho de la abeja, en uso coloquial significa en catalán hacer el burro), se fuera a la Cerdaña.
Los hermanos tenían el corazón dividido y decidieron acompañarle; y llevar la antorcha. A los hijos de Pujol les gusta mucho el montañismo. Jordi subía picos épicos, Oleguer subió con su madre el Montblanc. Cuando eran jovencitos los mayores Pujol llevaban chavales más pequeños de acampada a las montañas.
El padre de uno de ellos se quedó de piedra cuando al ir a recoger a sus peques, les preguntó:
«¿Tenéis miedo por la noche? «No». ¿Y que hacéis cuando está oscuro?, ¿A qué jugáis?»
Los niños le explicaron:
«Jugamos a matar castellanos.»
¡Glups¡, de repente recordó que él también lo era… Sus hijos no volvieron más.
Hoy Oleguer, sigue empadronado en Barcelona, aunque tiene despacho en la Castellana de Madrid y maneja fondos propios, de la familia y ajenos en inversiones inmobiliarias en Las Palmas, Melilla, Oporto o Panamá.
Su hermano mayor, Jordi, también tiene devoción por Madrid, debe ser porque hizo la mili en Colmenar Viejo y le quedó la impronta.
Aunque ahora pasa más tiempo en México que en Cataluña, ya saben que su ex amante, Vicky Álvarez, tiene declarado que así recoge unos fajos de billetes de 500 euros, le gusta llevarlos en mochila a Madrid (usando el AVE) y dárselos a Oleguer, o al padrino de su hija. Luego un poquito de marcha en el Eurobuilding y cap a casa (para casa).
Y lo que ya sobrepasa lo razonable, es lo de Josep. El segundo de los hijos de Pujol tiene un despacho de conveniencia en Madrid, en la calle Zurbano (al parecer compartido con otros businessman catalanes). Allí hace sus gestiones en la capital.
Respirar de cerca las condiciones de vida fiscal del Gobierno del PP y, compararlas con las que ofrece Mas a las rentas más altas le llevó a «traicionar a la patria catalana» y hacerse residente fiscal en Madrid, previo empadronamiento.
¡Olé! dirían en la Plaza de toros; esos que están prohibidos en Cataluña.
Si esto mismo lo hubiera dicho Montilla (uno que fue presidente de la Generalitat, tal vez lo recuerden…) se hubiera armado la marimorena, pero siendo un hijo multimillonario de Pujol, ni un comentario a la exclusiva de La Gaceta en la subvencionada prensa barcelonesa.