La intención de voto va en barrena atada a un Alberto Fabra que no tiene apoyos para poder actuar con las manos libres
La Comunidad Valenciana podría convertirse en el símbolo de un vuelco electoral histórico. El feudo más emblemático –junto a Madrid o Galicia– corre el riesgo de teñirse de rojo en 2015.
No es la primera vez que se echan esas cuentas, por más que haya dirigentes populares que prefieran meter la cabeza bajo tierra.
El PP ve cómo sus expectativas pierden enteros. Las encuestas suponen un jarro de agua fría para los populares, que retroceden de la mano de Alberto Fabra.
En Génova 13 preocupa la tendencia a la baja, porque además es persistente y durante meses sucesivos. En las elecciones autonómicas peligra el gobierno de una comunidad presidida por las siglas PP de forma ininterrumpida durante los últimos 18 años.
El revés supondría perder la mayoría absoluta y el desalojo automático de la Generalitat por una coalición de las fuerzas de izquierdas.
Un panorama árido para Fabra que, para colmo, puede dejar como legado un partido hecho jirones.
Lo cierto es que la intención de voto va en barrena atada a un Alberto Fabra que no tiene apoyos para poder actuar con las manos libres.
Los casos de corrupción pesan en su gestión. Las críticas internas al president llegan además por todos los lados.
Algunas por méritos propios, como la ocurrencia de contratar a un «coacher» para mejorar su liderazgo personal o la de crear una nueva y poderosa Secretaría en Presidencia tras expulsar a varios delegados. Un suma y sigue que, a ojos de muchos populares, evidencian la falta de rumbo de la marca a nivel regional.
La falta de liderazgo en el Partido Popular valenciano preocupa en el edificio madrileño de la gaviota azul. La dirección nacional pudo constatar la severa realidad de la falta de punch en la última convención política organizada en Peñiscola.
Y no sólo porque Mariano Rajoy no pudiese salir intacto de un acto cuyas primeras filas las ocupaban cargos implicados en casos de corrupción: los regidores de Castellón y Alicante, Alfonso Bataller y Sonia Castedo; el ex secretario general, Ricardo Costa; o la ex presidenta de las Cortes valencianas, Milagrosa Martínez.
Junto a ellos, la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, y el actual presidente de las Cortes regionales, Juan Cotino.
Pero no queda ahí la cosa. El aparato genovés viene tanteando el terreno y constatando la debilidad de sus siglas.
El PP valenciano está más roto y descompuesto cada día que pasa por culpa de las inercias, los personalismos y los abusos propios de quienes llevan dos décadas en el poder.
El partido hegemónico, la máquina de ganar elecciones, es hoy una formación fragmentada, enredada en multitud de batallas internas, y en la que algunos piensan más en el día después del final del reinado popular, para gestionar los restos de la derrota, que en intentar remontar.
Y es ahí donde también está el problema de fondo. Hace apenas un puñado de días, un conseller valenciano explicaba crudamente la situación a su staff: «Ya sólo nos queda terminar la Legislatura y morir con las botas puestas».
Otros optan por la resignación: «Esto sólo puede arreglarse desde los fríos cuarteles de invierno de la oposición», se escucha cada vez con mayor frecuencia en las sedes populares de Valencia, Castellón y Alicante.