La decisión más difícil -algunos dicen con sorna que la única- de Alberto Fabra al frente de le Generalitat, cerrar la televisión, ha abierto un boquete en la línea de flotación del PP valenciano.
Como el Prestige, el PPCV hace aguas y su capitán es quien, según fuentes del propio partido, dirige el buque (antaño tan rico y cargado del oro negro de los votos) directamente al hundimiento.
El PP valenciano zozobra irremediablemente -es verdad que también lastrado por errores del pasado- por culpa de un capitán al que le queda grande el barco, la tripulación y hasta el traje.
Fabra ha fracasado en su primera gran decisión, única si atendemos a lo que cuentan desde Valencia, por culpa de una enorme incapacidad, la misma que le hacía desconfiar de los consejos de la única persona capaz de echarle un salvavidas: su vicepresidente, José Ciscar.
Si por Císcar fuese, la desbocada directora general, Rosa Vidal, hubiese durado en el cargo no más de 20 minutos. Fabra erró al nombrarla pero pecó aún más de imprudencia al desoír a su vicepresidente por tratarse Vidal de apuesta personal.
El ofuscado presidente ignoraba que apostaba a caballo perdedor, por desbocado, una obcecación mortal para RTVV, para su Gobierno, para 1.600 familias, para un sector audiovisual que mendigará hasta morir de inanición con su negativa repercusión para el PIB valenciano.
Fabra y Vidal son responsables de la tragedia y sufrirán las consecuencias a medio plazo. En el caso del primero, en las urnas -si no le cuesta antes el cargo- y en el caso de Vidal, los tribunales podrían castigar su gestión si la Generalitat decide lo que estudia: demandarla por administración desleal.
La Generalitat da por hecho que Vidal administró deslealmente RTVV pero declina con pasmosa facilidad asumir responsabilidades políticas porque es en el president donde se deben buscar y exigir. Y son palabras mayores.
Mientras tanto, los correligionarios de Fabra guardan un silencio incapaz de ocultar la preocupación por la marea humana clamando contra el cierre de Canal 9 que fue capaz de unir, la pasada semana, sentimientos antagónicos y banderas tan dispares como la regionalista, nacionalista valenciana, anexionista catalana e independentista.
Todos por y contra la misma causa general: el PPCV y el PP de Mariano Rajoy porque el chapapote del «Prestige televisivo» también ensuciará Génova y La Moncloa. Y lo saben.
Y tanto que lo saben porque este fin de semana, en un acto con alcaldes, por primera vez reconoció Fabra que el cierre de RTVV pasará factura electoral. Unas palabras que suenan a sacrificio ritual, a ceguera, a haraquiri.
¿Nadie es capaz de decirle que RTVV no ha cerrado todavía y que existen alternativas al apagón? Sí, alguien podría decirlo e incluso con un plante en Les Corts, pero todo apunta a que como en el Prestige quien tiene que abrirle los ojos da el buque por «muerto» y tiene prisa por alejar el barco.
Un error porque la sucia marea acaba llegando a la costa y allí indefectiblemente esperan las urnas.