El consejo de la Guardia Civil, una entidad nula que sólo sirve para entretener a los guardias civiles.

Guardia Civil: «Consejos que no aconsejan nada».

La falta de participación y el proceso electoral, muestra el cansancio y agotamiento del sistema. Las organizaciones que participan no recogen el sentir y las necesidades de los agentes de la guardia civil ni de la sociedad. Es hora del cambio en todo. De seguir así, vendrán olas de graves protestas.

Guardia Civil: "Consejos que no aconsejan nada".
Un ministro y una directora, que no han servido para nada. Una tarjeta de identificación profesional tarda años en darse a los guardias civiles. Una muestra de pésima gestión.

Poca participación en el consejo de la Guardia Civil y nulo servicio. Un ente para dominar los recursos humanos pareciendo que sirven para algo. Es igual que si se eligiera a los diputados por escalas, los que tienen mucho dinero, tienen un rango y los que no tienen nada, no se tienen en cuenta. Un método que dentro de poco imitarán los señores diputados, senadores y demás raleas. Que nos elijan y después nosotros en el consejo asesor decidimos quién forma parte del congreso y toma las decisiones, en la práctica no sirven para nada. Un fraude legal pero ilegítimo que vulnera los derechos humanos universales.

Empecemos primero por JUCIL, y por Vilariño, un fracaso que tiene su origen en las acciones del propio Vilariño, sirvió bien, o mal, a sus amos, y terminó con el movimiento y con el aliento de un cambio en la Guardia Civil. Las reuniones a puerta cerrada y escondida no le han servido para mucho, ahora se encuentra con un escenario que amén del judicial le ha enfrentado con la oposición dentro de Jucil, por abandonar sus promesas. Dicen que en el pecado va la penitencia. Que el camino te sea leve y te lo decimos desde los que formamos parte de los UMDVERDES aquellos a los que olvidaste, quizás por las mieles del poder que te envolvió. La Maldición gallega, pasa siempre por las casas de aquellos que no son decentes y faltan a sus palabras.

Justicia Guardia Civil (Jucil), la asociación que hace apenas cuatro años irrumpió con fuerza en el panorama representativo de la Guardia Civil, acaba de sufrir un duro varapalo electoral. Donde antes hubo 14.000 votos, hoy apenas quedan poco más de 6.800. Lo que fue un ascenso meteórico se ha convertido en un descenso estrepitoso. La asociación, surgida al calor de Jusapol y sus reclamaciones de equiparación salarial con los Mossos d’Esquadra, ha perdido más de la mitad de su respaldo en las urnas.

El descalabro no es casual: las luchas internas, las denuncias cruzadas por supuestos gastos irregulares y la pérdida de rumbo ético y estratégico han hecho mella. Mientras tanto, la AUGC, aquella vieja veterana de las reivindicaciones profesionales, vuelve a ser la organización mayoritaria. La historia se repite.

Pero lo más grave no está en quién gana o pierde, sino en el propio sistema. Porque —y conviene recordarlo— las elecciones al Consejo de la Guardia Civil y al del Cuerpo Nacional de Policía no sirven absolutamente para nada. Sus decisiones no son vinculantes; el Ministerio del Interior puede escucharlas… o ignorarlas. Y así ocurre casi siempre.

El Consejo es, en realidad, un órgano consultivo con apariencia democrática, pero sin poder real. Paridad en número entre representantes de la Administración y los de los agentes, sí, pero el presidente —no lo olvidemos— siempre pertenece a la parte gubernamental. El árbitro juega en el equipo contrario.

A esto se suma otro vicio de origen: no son elecciones democráticas en sentido pleno. Se vota por escalas, no en conjunto. Es como si en unas elecciones generales los jóvenes votaran a unos diputados, los mayores a otros y cada grupo de edad tuviera su propio Parlamento. Absurdo, pero cierto.

Yo viví las primeras elecciones. Recuerdo aquellas tres urnas y cuatro papeletas diferentes: comisarios, inspectores, sargentos, cabos y policías. Aquel día entendí que el sistema nacía viciado. Mi sentido democrático me impidió rebelarme a golpes, pero interiormente supe que aquel “conducto reglamentario” era una trampa.

La prueba está en la historia: el cabo Rosa pidió autorización para crear una asociación en 1986 y le cayeron diez años de prisión. Pretendían incluso montarle un consejo de guerra que solo el Tribunal Constitucional logró frenar. Nos costó sangre, sudor y lágrimas conseguir un órgano que representara de verdad las reivindicaciones de los guardias civiles.

Décadas después, con urnas, papeletas y discursos grandilocuentes, seguimos igual: un Consejo que no decide nada.

La participación de apenas el 37% de los 85.000 agentes llamados a votar refleja perfectamente el desinterés y el desencanto. Los guardias civiles ya no creen en un órgano que no cambia nada, que no resuelve nada, que no protege nada.

En resumen: Jucil cae, AUGC recupera terreno, y la mayoría de los agentes miran hacia otro lado. Pero la pregunta de fondo sigue siendo la misma que hace cuarenta años:
¿Cuándo tendrá la Guardia Civil una representación real, democrática y con capacidad de decisión?

Mientras tanto, los “consejos” seguirán sin aconsejar nada.

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