Esas partes del Rey Juan Carlos I son materia «muy delicada y sensible». De cualquier varón que se precie.
Entre otras razones porque el escroto es lo que en lengua vulgar, en la calle, se conoce como ‘forro de los coj***s’. No es esa zona de la anatomia varonil, algo como para andarse con bromas.
Sobre los Borbones y sus genitales corren por España leyendas urbanas de todo tipo desde tiempos inmemoriales, pero esto del escroto del rey lo ha sacado a relucir Pilar Eyre, esa que en su blog se presenta como «la típica señora mayor que quiere ir de chica joven: tejanos apretados, camisas estrechas y pelo largo».
Dice Pilar, a modo de introducción, que una institución como la Familia Real se caracteriza por su voluntad de ejemplaridad, pero también por la gran cantidad de secretos que guarda.
Estos, seguramente, derivados de ese deseo por mantener una (no siempre) imagen intachable e impermeable a las polémicas.
Precisamente, uno de estos misterios que han mantenido ocultos durante años ha sido destapado por Pilar Eyre en su blog de Lecturas.
La periodista y escritora se ha referido a un aparatoso accidente doméstico que el rey Juan Carlos sufrió hace (casi) la friolera de cuarenta años, y que requirió poner en marcha todo un mecanismo de urgencia en la que se necesitó hasta un avión privado.
A propósito de la operación de corazón que le practicaron al emérito este sábado pasado, Pilar explica que «un urólogo catalán, antiguo ayudante del mítico doctor Puigvert» le contaba como, en el año 1981, era solicitado para acudir «de urgencia» a visitar a don Juan Carlos.
La situación era tan excepcional que les llevaron «en avión privado a la Zarzuela», en medio de la noche.
El motivo de todo aquel dispositivo era que el rey «había tropezado con una puerta de cristal de la piscina».
La gran pregunta ante un escenario tan atípico como este es: ¿Para qué iba a necesitar un urólogo?
El confidente de Eyre le contaba que don Juan Carlos, además de haberse causado lesiones en el brazo y otras partes del cuerpo, «también se había herido el escroto».
Según continuaba en la narración de esta inesperada circunstancia, le hicieron las curas en vivo y, no solo no se habría quejado, ¡sino que incluso bromeó!
Tal como le comentó «un buen amigo» del emérito, a propósito de su elevado umbral del dolor:
«¡No olvides que es militar y los militares no le tienen miedo al dolor físico!».