El presidente ha cercenado la esperanza de cientos de físicos, astrónomos, ingenieros telemáticos, médicos, matemáticos o biólogos
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Por debajo del ruido -inquietante y atronador, ciertamente- de las andanzas de Don Vito Correa y sus compinches, bajo la espuma de la opinión pública, en el silencioso azacán de los laboratorios universitarios, en la soledad multitudinaria de Internet, en las logias de los claustros de las universidades, se está incubando un movimiento de rebeldía, una sacudida de protesta que moviliza la blogosfera e invade los pasillos docentes con un hálito de desánimo y rabia.
El Gobierno del presidente que prometía menos ladrillos y más ordenadores va a recortar -¡hasta un 34 por ciento!- los ya escasos fondos de I+D, investigación y desarrollo, y en las universidades cunde una atmósfera consternada de desesperación e impotencia.
Como subraya Ignacio Camacho en ABC, el mantra de la modernidad científica, de la España de chips y batas blancas, se ha disipado del discurso oportunista de un poder acuciado por las urgencias clientelares que la emprende a tijeretazos contra la materia gris y pone al borde de la asfixia al exiguo tejido de la innovación tecnológica.
Abajo la inteligencia, viva el subsidio.
El discurso de la innovación creativa, de la fe en los recursos de la ciencia, se ha venido abajo al primer soplo.
Era sólo un adorno retórico para completar la inane letanía de conceptos huecos -la sostenibilidad, la cohesión, el equilibrio- que articulan la cháchara posmoderna de la política de los gestos.
Ni había convicción ni hay voluntad. Con el hachazo descarnado a los presupuestos de investigación, el Gobierno practica un brutalismo pragmático que asfixia cualquier vocación por el conocimiento y señala a los universitarios con inquietudes un camino de conformismo y rutina.
Los más valiosos se largarán a otros países con más escrúpulos o mayor conciencia de las plusvalías sociales del talento; el resto, simplemente preparará oposiciones a funcionario.
Este atentado contra el futuro del país, perpetrado en el silencio de la espesura burocrática, sucede con la anuencia de una ministra orillada hasta la humillación por el gobernante feminista que la ha utilizado como un florero, como un adorno, como una frívola bisutería con la que orlar su puesta en escena.
El presidente ha pateado la Universidad, los centros especializados, los institutos tecnológicos, los laboratorios bioquímicos.
Ha cercenado la esperanza de cientos de físicos, astrónomos, ingenieros telemáticos, médicos, matemáticos o biólogos.
Ha desmantelado de golpe la inteligencia científica de la nación, cuya queja se oye en la red con una desesperada amargura.
Ha emitido un discurso desolador: ni ordenadores ni ladrillos; subsidios hasta que el déficit aguante. Y lo justifica en la necesidad social de recortar el gasto que fluye sin tasa por otras partidas electoralmente rentables.
Ha olvidado adrede el lema de oro de la responsabilidad educativa: si crees que la ciencia es cara, prueba con la ignorancia.