Despedido Jordi Sevilla y jubilado Pedro Solbes resulta que al frente de la compleja maquinaria de la economía española están el propio Zapatero y la desconcertada Elena Salgado
Es sabido que, amén de los números, la economía también es un estado de ánimo. Una percepción que remite al registro más subjetivo de la cosas, a cómo interpretamos la realidad. En el caso de España -el problema gigantesco del paro, el déficit de ocho puntos por encima del imperativo de la UE y la dudosa reputación internacional de la deuda- ese registro lleva a una conclusión inquietante: orfandad de liderazgo; pérdida de confianza en el piloto de la nave. A la crisis económica se suma la crisis política; crisis de confianza en el Gobierno y, sobre todo, en su presidente. Los bandazos que han dado en los últimos diez días anunciando reformas y retirándolas en cuestión de horas han cargado el ambiente del pernicioso aroma que apareja la improvisación.
Hasta dónde habrá llegado la cosa como para que Fernández Toxo, líder de Comisiones Obreras y aliado hasta la fecha de Zapatero, haya dicho del Gobierno que son una «pandilla de aficionados». Porque, ese es núcleo del problema. Despedido Jordi Sevilla y jubilado Pedro Solbes resulta que al frente de la compleja maquinaria de la economía española están el propio Zapatero y la desconcertada Elena Salgado. Y así nos va. Un día anuncian que van a recortar las pensiones -por vía de ampliar la edad laboral-, al otro que van elevar de 15 a 25 los años de cotización para establecer la cuantía de la pensión y al día siguiente, retiran la cosa diciendo que sólo era un ejemplo. Orden, más contra orden igual a desorden.
De ahí la pérdida de credibilidad y, como consecuencia, la falta de confianza en Rodríguez Zapatero que refleja la última encuesta del CIS. La misma encuesta dice que tampoco Mariano Rajoy despierta grandes entusiasmos, pero, ahí está, esperando el tren de La Moncloa con la cautela que aconsejaba Napoleón cuando decía que cuando el enemigo comete errores, lo mejor es no distraerle.