El invento de los “sindicatos más representativos”, condición que se otorga a CC OO y UGT, les permite meter la narices en sectores donde su representación
¿Qué pacto cabe esperar de un Gobierno en el que nadie confía y de unos interlocutores sociales incapacitados por el descrédito? La representatividad de los sindicatos españoles apenas supera el 10% y la situación se ha deteriorado hasta llegar al absurdo. El sistema de representación sindical en nuestro país utiliza como criterio básico en lugar de la afiliación los resultados de las urnas, a las que sólo tienen acceso los trabajadores en activo, no los desempleados.
Además, el invento de los “sindicatos más representativos”, condición que se otorga a CC OO y UGT, les permite meter la narices en sectores donde su representación, como ocurre en la Función Pública, es prácticamente inexistente. Y como era de esperar, los sindicatos fracasaron estrepitosamente, dejando evidencia de su escasa capacidad de movilización. Si la huelga del martes pretendía ser un ensayo general de una movilización general, el Gobierno puede estar tranquilo.
Hoy por hoy, Méndez y Toxo, UGT y CC OO apenas representan a nadie porque se han alejado de la realidad, de las verdaderas inquietudes de aquéllos a los que dicen representar. Los sindicatos, en lugar de situarse frente al poder de forma reivindicativa, han decidido situarse del lado del poder, apoyando unas políticas que han convertido a España en campeona del déficit y del paro a cambio de mantener una situación de privilegio y poder seguir viviendo de los Presupuestos Generales del Estado.
En lugar de salir a la calle para manifestarse contra el Gobierno por la dramática situación de 4,5 millones de trabajadores, salen para defender la situación ventajosa de unos pocos. Y, lógicamente, no han recibido el apoyo de los funcionarios porque no representan a nadie.
Y qué decir de los empresarios. La CEOE también parece haber perdido el norte. Hoy por hoy, no parece muy de recibo que todavía se mantenga al frente una figura tan debilitada y desacreditada como Gerardo Díaz Ferrán, un emprendedor que ha llevado su compañía a la ruina.
Un desmoronamiento que comenzó con la expropiación de Aerolíneas Argentinas y que se ha visto jalonado de situaciones empresariales bochornosas como la quiebra de Air Comet, que dejó a miles de pasajeros tirados en el aeropuerto y a 700 trabajadores en la calle; la intervención y disolución de la aseguradora Mercurio; la retirada a Viajes Marsans de la licencia para vender billetes por parte de la IATA, el impago de los salarios a los trabajadores y, probablemente, la suspensión de pagos de la compañía en próximas fechas.
Una retahíla de desaciertos que, unida al rotundo fracaso en las negociaciones con Gobierno y sindicatos, le ha dejado al borde del precipicio y a punto de arrastrar consigo a una patronal cuya credibilidad está –como la de Gobierno y sindicatos– en sus horas más bajas.
Ante este panorama que nos ofrecen, a día de hoy, los interlocutores sociales, lo que impone es un proceso de regeneración de ambas instituciones. Hoy lo que demanda la sociedad es la dimisión de Díaz Ferrán, Méndez y Toxo e inyectar un poco de aire fresco en estos dos pilares del Estado democrático. Lo que no procede es seguir dando prórrogas a la negociación.
El acuerdo se antoja imposible pero España y los 4,5 millones de parados no pueden esperar ni un minuto más. Cada día que pasa el coste de la deuda es mayor y el horizonte de la recuperación se aleja un poco más. Y si, como parece, no hay posibilidades de alcanzar acuerdos con los interlocutores sociales, lo más pragmático es tirar para adelante porque el margen que tiene la credibilidad exterior de este Gobierno es nulo y cualquier retraso puede ser dramático.
Editorial del diario La Gaceta