Nos esperan dos años de destrucción masiva
El director de La Gaceta, Carlos Dávila, publica este domingo su artículo de Opinión –El Pastor Mentiroso– en el diario de Intereconomía dedicado a la mentiras de Zapatero.
El pasado miércoles en el Debate sobre el Estado de la Nación, el político vasco Josu Erkoreka acusó al presidente del Gobierno de ser un mentiroso a traves de la parábola del pastorcillo y el lobo.
El portavoz del PNV no ha sido el único político que le ha llamado mentiroso a Zapatero, pero sí que fue el que consiguió sacarle los colores y «las vergüenzas a un Zapatero en lisis», comenta Davila quien concluye que la enseñanza final de este cuento de Esopo es que: «Al mentiroso nunca se le cree, aun cuando diga la verdad».
Erkoreka llamó literalmente mentiroso al presidente del Gobierno. ¿Pero qué importancia -se preguntarán ustedes- tiene que alguien le afee esta conducta a un individuo como Zapatero? Pues sí: en España hemos perdido los usos democráticos.
El director de Intereconomía resalta en su artículo las consecuencias que tiene en otros países como Estados Unidos o Francia una mentira en la clase política pues, «cuando un responsable público es sorprendido en una trola, es enviado directamente a las tinieblas exteriores de la política; no se le permite una.»
Aquí, a Zapatero durante toda una tarde y parte de una mañana (hasta que subió a la tribuna su patético compañero de pupitre, el sectario juez Alonso) se le llamó embustero en todos los tonos posibles: en el duro, más que nunca de Rajoy; en el educado plastinoso de Duran i Lleida; en el citado y de Erkoreka; en el excitado (nadie le conoce como ella) de Rosa Díez… ¿Y?, pues nada, como si no fuera con él: «Yo -vino a responder- a trabajar por España». Él no está para sufrir pequeñas miserias.
En los últimos días al menos he escuchado a cinco personas, de las que mueven influencias, poder y dinero, en España, el siguiente y crucial diagnóstico: «Con este tío, no se puede seguir; lo hace mal y encima nos ha engañado a todos». Uno de ellos empresario de enorme fuste multinacional- añadía: «Nadie entre nosotros (se refería a su oficio profesional) confiaría la solución de la crisis de una empresa a quien la ha arruinado; nadie».
Carlos Dávila se plantea ¿Qué se puede hacer con este hombre que, como escribía el propio jueves en el «Títere irritado», «ni tiene reputación, ni crédito exterior, ni autoridad moral, ni inspira confianza?».
Realmente vuelvo a los usos- si en España fuéramos mucho más rigurosos con el cuidado de nuestra democracia, tendríamos que reprochar constitucionalmente el hecho inconcebible de que, nada menos que en el Parlamento, el presidente del Gobierno haya anunciado, sin pudor alguno, que se dispone a «arreglar», por la vía del acuerdo bilateral con su desdichado y torpe Montilla («un residuo», así le define un empresario catalán) los preceptos del Estatuto de Cataluña que el Tribunal ha declarado ilegales. A este personaje no le asusta nada: ni cargarse para siempre la propia doctrina del Constitucional.
El periodista madrileño finaliza su artículo reprochando al líder de la oposición su falta de iniciativa y toma de decisiones importantes. Dávila critica que Rajoy pidiese el miércoles en el Congreso de los Diputados elecciones anticipadas sabiendo que «ni éste y ni sus ganapanes que le rodean como si se tratara de un enviado providencial, no se marcharán de La Moncloa hasta el último día en que se cumpla el plazo legal de su legislatura.»
Los nacionalistas de Cataluña y el País Vasco conocen también que de un mentiroso (es su adjetivo) también se pueden seguir aprovechando.Y lo van a hacer. Bajo la pléyade de descalificaciones que le adjudicaron el propio Erkoreka y Duran esta semana, se adivinaba, como siempre, el siguiente mensaje: «Claro que si usted se aviene a darnos…». Y se lo va a dar.
A octubre llegaremos con unos presupuestos impíos plenos de compromisos baldíos que no se cree nadie con los que Zapatero volverá a engañar a base, también, de datos torticeros y dádivas varias, un pastelazo indigerible que, al final, lo verán, se lo comerán los susodichos.
Nos esperan dos años de destrucción masiva; eso sí, con dos Rodiezmos de por medio. Este país se volvió loco el 14 de marzo de 2004 y nadie ha querido averiguar la verdad de aquella tragedia. Quien la sabe, Rubalcaba por ejemplo, que dijo: «Nos merecemos un Gobierno que no nos mienta?», bastante se ha aprovechado el desmán. ¿Y él? ¿Zapatero?