Naciones Unidas es un teatro de vanidades
La política contemporánea se ha vuelto casi completamente bidimensional: huérfana de ideas y a menudo también de principios, en ella sólo importan el alto y el ancho de las imágenes. Los programas se han convertido en spots, los proyectos apenas sirven como soporte de decorados de atrezzo y los discursos han sido sustituidos por fotogramas.
No es un problema exclusivo de la escena española, -señala con brillantez Ignacio Camacho en ABC —Política de maniquí–aunque el zapaterismo ha alquitarado esa tendencia de banalidad formalista en la esencia de un estilo de gobernar. La posmodernidad política ha licuado los debates hasta transformarlos en un ejercicio de escaparatismo.
El presidente del Gobierno tiene tan interiorizada esa prioridad aparencial que la formula con una naturalidad irreverente, sin importarle que se le vea el cartón de sus intenciones.
Su frase ante Mohamed VI en Nueva York -«lo importante es la foto»- la suscribiría en su fuero íntimo cualquier otro líder posmoderno, desde Obama a Sarkozy, pero sólo a él se le ocurre expresarla con esa espontaneidad demoledora que quintaesencia su manera de entender la política como un permanente posado ante una cámara.
No se trata ya de que el medio sea el mensaje, sino de que el mensaje no existe más allá del cartón del photocall. Por eso se le ve tan a gusto en foros como la asamblea de la ONU, donde prevalece una retórica de galería y estupendismo que permite a los próceres del mundo retratarse por su perfil más solemne y favorecido.
Naciones Unidas es un teatro de vanidades en el que los gobernantes se hacen a sí mismos un lifting de universalidad sobre las arrugas de desgaste que envejecen la fachada de su política doméstica.
Entre esas candilejas de superficialidad nuestro hombre se mueve con una soltura complaciente; en el escenario reparte sonrisas luminosas y brinda con generosa galantería al sol de la solidaridad internacional, y en los encuentros bilaterales se entrega sin tapujos al arte de la representación iconográfica.
Con su técnica de vaporización y reducción al vacío, al modo de los alquimistas de la nueva cocina, Zapatero destila la diplomacia -ya de por sí relacionada con el protocolo- en un alambique de fotogenia donde se depuran los contenidos y hasta las palabras para extraer tan sólo la esencialidad figurativa.
Aunque últimamente a su entorno se le escapan los detalles y permite que le madruguen los símbolos; el séquito alauita se adelantó a colocar en primer plano de la instantánea una bandera de Marruecos para marcar el territorio de las prioridades.
Puestos a hacer política de maniquíes, Mohamed estuvo más atento a la oportunidad de apropiarse del escaparate.