Entre la larga lista de acusaciones que pesan sobre él está el asesinato del fiscal Danilo Anderson
El Gobierno venezolano de Hugo Chávez ha decidido que la mejor defensa es un buen ataque y, ante las explicaciones requeridas por el ministro de Asuntos Exteriores a Chávez en torno a la instrucción de terroristas de ETA en Venezuela, el mandatario venezolano cuestionó en primera instancia que se dé credibilidad a los testimonios de dos terroristas «sanguinarios».
Pero escasas horas después, su embajador en España, Julián Isaías Rodríguez le daba una vuelta de tuerca al asunto e iba más lejos al cuestionar la labor de las fuerzas de seguridad y la Justicia españolas, esgrimiendo las mismas técnicas que la banda terrorista enseña a los suyos, es decir, acusando de tortura a las fuerzas democráticas del Estado.
El sicario de Chávez señalaba sin contemplaciones que su país tiene «serias dudas» de que las declaraciones de los etarras hubieran sido «totalmente voluntarias». Y por si no fuera suficiente, matizó que «la supuesta confesión bien pudo ser arrancada irregularmente y, si así fuera, no tendría ningún valor probatorio».
Una argucia y una mera suposición sin prueba alguna que, en cualquier caso, debería suponer una ofensa para cualquier Gobierno democrático con un mínimo de dignidad.
Pero la dignidad es un valor que cotiza a la baja en este Gobierno desde hace mucho tiempo. El Gobierno de Zapatero, que dio el plácet a Isaías Rodríguez a sabiendas de su tenebroso pasado, en lugar de amonestar al embajador prefiere hacer oídos sordos y esconder la cabeza bajo tierra dando por buena la falta de explicaciones del Gobierno venezolano.
Porque eso es, y no otra cosa, la vergonzosa actitud de Rubalcaba al señalar que el Gobierno «no sospecha» de la implicación del Gobierno del gorila rojo e insinuar que los terroristas podrían haber estado en aquel país sin su conocimiento. Una gran mentira imposible de creer en uno de los mayores Estados policiales del mundo y una negligencia de la diplomacia española que vuelve a convertir a España en el hazmerreír del mundo. Zapatero y Rubalcaba saben perfectamente con quien se juegan los cuartos, y si no es así, podían haberlo sabido mediante la lectura del magnífico trabajo que publicó la revista ÉPOCA en julio de 2009.
El embajador de Chávez ejemplifica la falta de independencia de los poderes en Venezuela, ya que Rodríguez fue el primer vicepresidente de Chávez, luego fiscal general, ahora embajador y todo apunta a que acabará como magistrado del Tribunal Supremo. Este personaje que se permite frívolamente poner en tela de juicio la actuación de la Guardia Civil y de la Justicia española está acusado de varios asesinatos y numerosas torturas a sus compatriotas.
En Venezuela no hay nadie que no tenga un conocido o un familiar que no haya sido víctima de la denegación de justicia, de la persecución o de la ineficacia del ministerio público durante su etapa como fiscal general.
Isaías Rodríguez persiguió, amedrentó y encarceló a ciudadanos inocentes sobre testimonios falsos; torturó a numerosos opositores con los métodos más bárbaros que se han visto en las cárceles de su país y ajustició sin ninguna contemplación violando todos los principios legales y constitucionales de su país sin mover un dedo por impedir o investigar los hechos que estaban sucediendo.
Entre la larga lista de acusaciones que pesan sobre él está el asesinato del fiscal Danilo Anderson, numerosas torturas, prevaricación, falsificación de documentos públicos y un largo etcétera. Éste es el angelito que acusa de tortura a la Guardia Civil. Un sicario de la más baja calaña, que se mueve y calumnia a sus anchas con el beneplácito del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero quien, en una actitud vergonzosa y, por desgracia, demasiado frecuente, se humilla con un cómplice e intolerable silencio.
Editorial publicado originalmente en La Gaceta