El 28 de junio -dos días antes de que los asalariados (los paganos del 90% del IRPF) recibiéramos un sablazo de Hacienda- nos enteramos de que Renfe eliminará el servicio del AVE entre Albacete, Cuenca y Toledo.
Esta línea permitía viajar entre esas tres capitales sin pasar por Madrid. Un trazado absurdo que se hizo en clave regionalista y que usaban nueve personas al día, generando un déficit anual de siete millones de euros, sin contar la amortización de la enorme inversión. También existe un ramal de AVE entre Zaragoza y Huesca (ciudad donde ¡oh casualidad! nació el actual secretario de Estado de Infraestructuras) que da servicio cada día a 12 personas.
Y uno se pregunta: antes de gastarse esos dinerales, ¿nadie en el Ministerio previó la futura demanda de billetes? Al ser nombrado ministro de Fomento, José Blanco anunció que el AVE a Galicia sería «uno de verdad» y no esa bagatela de ferrocarril convencional que sólo se mueve a 250 kilómetros por hora. ¿Y saben ustedes cuánto cuesta un kilómetro (sólo las vías y la catenaria) del AVE?
Pues unos 20 millones de euros. Lo cual les debe de parecer una minucia a quienes con tanto acierto dirigen nuestros destinos en esta plural España. AVE sin viajeros, aeropuertos sin aviones, teatros a los que nadie acude… Ellos son los monumentos del nuevo caciquismo. Unos caciques que se dedican a construir sus escoriales con nuestro dinero.
Con crisis o sin ella, urge acabar con este inmenso despilfarro propio de nuevos ricos, cuyo origen no es otro que un tic infantiloide consistente en demandar al y conseguir del Estado cualquier juguete que tenga ya el vecino.
Entre las obligaciones del Gobierno de la nación está la de mandar a tomar vientos a los líderes regionales que vienen a Madrid a ejercer de pedigüeños compulsivos y amenazantes. Un tipo de encomiendas regionales que ningún Estado debería soportar.
Y nosotros, los paganos de estas gracias, podríamos juntarnos y llevar ante los tribunales a los responsables de tan escandalosas malversaciones.