Cataluña, el País Vasco y Andalucía se han descolgado de la compra mancomunada de vacunas contra la gripe para la próxima campaña. El resto del Estado, todos a una en amor y armonía, se pueden ahorrar seis millones y pico de euros en una inocua convergencia de soberanías. Es el síntoma inequívoco de un pueblo que se autoproclamó Estado de las Autonomías y ha ido aceptando, con resignación, la configuración de Autonomías del Estado, que puede parecer lo mismo, pero no es igual.
Después, las autonomías díscolas se descolgarán de una central de compras de medicamentos, abrirán líneas de pactos fiscales bilaterales, practicarán el cantonalismo sanitario y educativo y apostarán por una España de dos velocidades, sin que ninguna de ellas pueda mantener la velocidad de crucero de Europa y de occidente.
Al buen árbol de Guernica de un País Vasco del cupo y de los derechos forales al que le salen las cuentas, una Cataluña en bancarrota, una Andalucía a la que no le salen ni los cuentos, quizá una Asturias en rojo desteñido por UPyD y unas islas Canarias que se apuntan a un bombardeo, quieren arrimarse convencidas de que puede cobijarles buena sombra.
Una España de dos bloques se vislumbra en el oscuro horizonte que se divisa desde las ventanas de La Moncloa. Con intereses distintos y distantes, que van desde el independentismo congénito vasco y catalán al nacionalismo canario de varios padres (Secundino Delgado, Antonio Cubillo, Fernando Sagaseta, con un factor RH anticolonialista), pasando por el anoréxico fortín socialista andaluz y esa Covadonga en la que Javier Fernández puede hacer el papel cautivo de Don Pelayo de la calle Ferraz, el panorama se complica para vender la «marca España» allende los Pirineos.
Rubalcaba ha visto hueco y ya ha izado la bandera pirata cantonalista con patente de corso para practicar el abordaje al Estado. Ya ha anunciado este fin de semana que Rajoy quiere cargarse el Estado de las Autonomías, y se ha quedado tan ancho. No hay nada como intentar apagar el fuego con gasolina. La talla de estadista del Secretario General del PSOE que surgió del frío de Sevilla, queda patente con esta soflama para la rebelión autonómica en la segunda década del siglo XXI.
Nada, como esta ocurrencia del sucesor de Zapatero, podía tranquilizar más a los comprensivos mercados internacionales. Nada podía arrancar más aplausos de weekend de sus correligionarios y más recelos de una vieja Europa, obsesionada con el insignificante debe y haber de los libros de contabilidad de los estados.
Lo que está diciendo ahora Rubalcaba es lo que se callaba como un zorro cuando era vicepresidente del gobierno: que la Sanidad hace aguas, que la Educación no es sostenible, que la dependencia fue un conejo que se sacó de la chistera Zapatero y que su Estado de Bienestar, ése que heredó el gobierno de Rajoy avalado por el voto desesperado de la mayoría de españoles, lo habían dejado hecho unos zorros los sucesivos gobiernos de ZP, pero las cuentas con la sociedad española las tienen que saldar estos chicos que han osado expulsarles del paraíso de La Moncloa.
Aquí, tras haber corrido un tupido velo sobre el pasado reciente, vale todo: que las calles entren en erupción volcánica, que los cinco millones y pico de parados que fabricaron en Ferraz pasen al haber del PP, que los sindicatos se recuperen milagrosamente de su afonía crónica, que la estabilidad presupuestaria sea moneda de cambio parlamentario o encender la mecha de un polvorín autonómico a ver si estalla todo por los aires, si Europa manda a éste país a freír puñetas, si aumenta lo suficiente el número de españoles más pobres que las ratas y se llega ése punto de inflexión, que debe estar marcado en algún gráfico de la calle Ferraz, en el que en aguas revueltas se puede soñar con ganancia de pescadores.
Rubalcaba, en su sabiduría, ha comprendido cuáles son sus limitaciones y ha dejado de ser un trasnochado político, un mediocre estadista, para dedicarse el resto de la legislatura a la pesca. Se ha convertido en un experto en buscar la carnada perfecta para que los españoles vayan picando el anzuelo.