El presidente está circunspecto y meditabundo en su camarote

Rajoy está encerrado en el puente de mando del ‘Titanic’ español

Debe salir a cubierta y decirle a los 46 millones de pasajeros que se llegará a buen puerto

¿Qué ha descubierto Mariano Rajoy bajo la punta del iceberg de la crisis? El presidente está circunspecto, meditabundo, encerrado en su camarote, mientras el Gobierno interpreta una y otra vez su repertorio en la cubierta, como si estuviese emulando a la orquesta del Titanic.

Cuarenta y seis millones de pasajeros de todas las clases saben que el barco está tocado, que suben los impuestos, que descienden las prestaciones, que hay que racionar la sanidad, la educación, el combustible imprescindible para sostener el bienestar, pero expresan más confianza en la insumergibilidad de España que los rostros desencajados de los miembros de la tripulación.

Quizá el presidente esperaba más colaboración de los sindicatos, más sentido común de la Banca, más compromiso de los empresarios, más paciencia de los colectivos profesionales y laborales, más solidaridad de las Comunidades Autónomas, más templanza de los Medios de Comunicación y menos frivolidad de los grupos parlamentarios y sus partidos políticos. Está padeciendo el síndrome de Edward John Smith, el veterano capitán del Titanic, que jamás había sentido tanta soledad rodeado de tanta gente.

En días como ayer, con el grupo parlamentario Popular defendiendo los presupuestos sólo ante el peligro, se regresa a La Moncloa rumiando hacia adentro la plástica exclamación de Romanones: ¡vaya tropa! Pero una de las ventajas de ser oposición es poder lavarse las manos, mientras el Gobierno hace guardia en los servicios de urgencia.

Debe doler que un Rubalcaba, que ha sido cocinero antes que fraile, vicepresidente antes que inquisidor, en vez de echarle un salvavidas al gobierno que se mantiene a flote en las gélidas aguas de la crisis, le eche un adoquín a ver si sumerge más rápido. Debe traumatizar que Duran i Lleida venda a millones de euros el kilo de seny parlamentario catalán. Debe ser escalofriante contemplar cómo el Hemiciclo le hace la competencia desleal al Camarote de los Hermanos Marx. Pero política es política, como fútbol es fútbol. Y el mismo país que celebró la alineación de un equipo de gobierno de tecnócratas cualificados, suspira ahora, cuatro meses después, por una voz, aunque sólo sea una, que deje de hablar de los mercados y empiece a hablar de las personas.

El primer cuatrimestre de Rajoy ha sido agotador. Sus íntimos reconocen off the record que ha habido momentos en los que ha estado al límite de saturación. El Presidente engulle economía contrarreloj, se pelea con el inglés, estudia jugadas para contrarrestar jaques al Rey, se atraganta con el petróleo hallado y perdido en Vaca Muerta, se acuesta todas las noches con la prima de riesgo, se levanta todas las mañanas con el riesgo de la prima, vive permanentemente sin vivir en él, escuchando la amenaza de ¡la Bolsa o la vida!.

Le llama Luis de Guindos: malas noticias. Le envía un mensaje Montoro: peores aún. Le manda un recado la Merkel: un nuevo agujero en el cinturón. Soraya convence, pero no encandila; Cospedal se apaga como una estrella fugaz; Floriano expande por la prensa la añoranza de González Pons; Alfonso Alonso le cogió el tranquillo a la alcaldía de Vitoria, pero no acaba de adaptarse a la función de pregonero, Ana Pastor avanza a más velocidad que el AVE, Ana Mato piensa a menos velocidad que las circunstancias, Soria es árido y frío, como los campos de su mismo apellido que describió Machado. Y así sucesivamente, una tras otra, uno tras otro, abusando de las credenciales de sus currículos.

Alguien debería decirle al inquilino de La Moncloa, que no le ha puesto ahí Berlín, ni Goldman Sachs, sino once millones de españoles. Que no es la versión española de Monti o Papadimus, sino un líder avalado por las urnas. Que no está de paso. Ha venido para quedarse cuatro años y sería un suicidio que no pusiese algo de sol humanístico y político en el agua fría de la tecnocracia. Se ha encerrado en el puente de mando a evaluar las averías, como el veterano capitán del Titanic, y ha olvidado pasearse por cubierta, seducir a la prensa, charlar con el mayor número posible de los 46 millones de pasajeros con la mosca detrás de la oreja, para decirles en persona a todos los que: ¡tranquilos, llegaremos a buen puerto!

Aunque luego vuelva al camarote, circunspecto y meditabundo, y escuche a lo lejos el reiterativo repertorio de su gobierno emulando a la orquesta del Titanic.

 

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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