La música del gobierno suene mucho peor que la música de la oposición
Por lo menos Rubalcaba tiene un gurú económico. Le acerca Elena Valenciano el último post de Paul Krugman y ya tiene discurso para toda la semana. Después se distribuyen copias a Soraya Rodríguez, a Óscar López, a Inmaculada Rodríguez, a Gaspar Zarrías, y todo suena como una orquesta sinfónica en la calle Ferraz.
Esta semana toca la tragedia griega, el ingreso del euro en la UCI y la sombra alargada del «corralito», que se aproxima a España como una de esas amenazadoras borrascas de las Azores. Hollande es en Francia lo que a Rubalcaba le gustaría ser de mayor en España. Pero Krugman es el compositor de la voz solista del PSOE. Rubalcaba lo necesita, como Raphael a Manuel Alejandro, como La Pantoja necesitó a Perales o como los Beatles necesitaron a Maharishi Yogi para cambiar de registro.
También le podría componer algún superventas el profesor Antonio Miguel Carmona, pero sus partituras resultan demasiado eclécticas, con acordes de Bernstein mezclados con acordes de Keynes, y no permiten transmitir con claridad la melodía al respetable público de Facebook y de Twitter. Lo que resulta fácil es lanzar al ciberviento tuit concisos: «Rajoy se hunde con Grecia», «Corralito en España» o «Good bye, euro» Lo demás es complicarse la vida. Y, lo que es más grave: complicarle la vida a los twitteros.
El problema de la derecha, en cambio, es que a Rajoy no le inspira un economista, sino una brillante física-química que estudió en Leipzig, al otro lado del Telón de Acero, que con la unificación y la cosa acabó de Canciller de Alemania y aplica ahora a la economía, con disciplina teutónica, los axiomas de las matemáticas.
Álvaro Nadal le pasa todos los días las instrucciones de Berlín al Presidente. El Presidente le distribuye fotocopias a Soraya, a De Guindos, a Cospedal, a Floriano, a Alfonso Alonso, incluso a García-Margallo, que hace sus pinitos socioeconómicos, a todos los miembros de la orquesta sinfónica popular. Pero la sinfonía sale monocorde día tras día, semana tras semana: control de déficit, reducción de deuda, cirugía a la Banca y más tijeretazos cada viernes que en el mismísimo Inditex cada semana.
Es lógico que la música del gobierno suene mucho peor que la música de la oposición. Que el cuento del lobo de Krugman: ¡que viene el corralito!, ¡que desaparece el euro!, ¡que Europa se va a hacer puñetas!, distraiga más al personal que cuento reincidente de caperucita azul que cuenta todos los días el gobierno: a España siempre está a punto de comérsela el lobo, pero siempre se salva a final con una nueva medida del Consejo de Ministros.
Quizá Rajoy no es muy consciente de que, a los españoles, cada viernes de recortes les importa un poco menos que el viernes anterior el frío que pueda hacer fuera de Europa. Que el euro será fundamental, pero como cada vez escasea más en sus bolsillos, empiezan a pensar que a lo mejor no lo echan de menos. Que es posible que Europa sea su única solución, pero, de momento, y parece que hasta nuevo y lejano aviso, es su gran problema.
Una cosa es practicar el estadismo, estar en la pomada del ECOFIN, codearse con las diosas y los dioses de los olimpos. Y otra bien distinta, practicar el arriesgado deporte de llegar a fin de mes, estar en la pomada de los supermercados, codearse con los millones de españoles que hoy lo ven un poco más negro que ayer pero menos que mañana.
Igual es una tontería. Pero Álvaro Nadal y Moragas deberían empezar a pasarle al presidente una de cal y una de arena, un despacho de la Merkel y un post de Krugman intercalados, aunque sólo sea por mantenerle prevenido ante los inminentes sermones de la montaña que le van a largar el Mesías Rubalcaba y sus discípulos/discípulas.