No es hoy, ni fue ayer, ni será mañana. Le ocurre todo los días a un par de millones de españoles, inasequibles al desaliento y con más paciencia que el santo Job, que leen varios periódicos o escuchan diversas emisoras de radio sin practicar la discriminación ideológica.
Españoles libres, con criterios propios, que en este país cainita se pasan el día hallando medias aritméticas mediáticas, escudriñando equidistancias informativas, practicando el eclecticismo con diversas piezas de opinión que van eligiendo, una tras otra, un párrafo de aquí y otro de allá, para construir su propio puzzle de España, de Europa y del mundo, tres conceptos que antes se podían contemplar por separado, pero que ahora no queda más remedio que aceptar como un «totum revolutum».
Dos millones de españoles sin etiqueta
Esos españoles sin complejos históricos, son excepción entre compatriotas con rancios marchamos conservadores, obsoletos intelectuales de izquierdas, frikis tatuados de progres y pasotas de obligaciones que se ponen las pilas y las pancartas cuando se trata de exigir derechos. Son minoría, en un país de vulgares «nuevos ricos» demócratas que se han despertado de repente de su sueño, como personajes de Kafka, convertidos en nuevos pobres de solemnidad en estado de shock.
Son los dos millones que permiten que España pase el control de calidad democrática de la alternancia. Esos que sueñan con poder votar algún día al gobierno de los mejores, pero siguen acudiendo mientras tanto a las urnas, entre caines y abeles, entre populares y socialistas, entre conservadores y progresistas, entre las dos anticuadas, pelmazas y reiterativas Españas de Machado, resignados a elegir los menos malos en cada legislatura.
La prueba del algodón con ABC y El País
Esta misma mañana, esos hombres y mujeres a los que ni la calle Génova ni la calle Ferraz pueden considerar «uno de los nuestros», se habrán encontrado de nuevo con las dos Españas de papel periódico. Sin que el orden de los factores altere el producto, habrán cogido el ABC y habrán mojado su titular en el café con el primer churro:
«Lo que distingue a España del resto de los países rescatados»
Un sutil alegato a la diferencia de clases, con tintes involuntarios de xenofobia económica, sociológica y aritmética. Un mensaje que se diferencia claramente en la forma, pero que sigue en el fondo las consignas del escueto SMS que le envío Rajoy a De Gunidos: «España no es Uganda». España no es Irlanda, no es Portugal, no es Grecia…
Luego, para terminar de arreglarlo, el veterano periódico conservador manda un aviso a navegantes un poco más abajo: «Alemania también fue rescatada». Y entonces el templado lector lo flipa, se queda aturdido e intenta discernir si ese «también» que se le ha escapado al sagaz titulista (palabro inventado), quiere decir lo que parece, o sea, que los teutones fueron rescatados antes que España, o es un lapsus del periódico que corre el peligro de ser calificado de sacrílego en La Moncloa, donde la palabra rescate se considera una declaración formal de guerra en la Secretaria General de Comunicación de Carmen Martínez Castro.
El lector normal, plural, sin el cerebro lavado, echa a continuación mano de El País para seguir su exótico recorrido por la variopinta España de papel periódico. Acaba de dar un trago de café y se encuentra de sopetón con el titular insignia del periódico de PRISA:
«La actitud de Rajoy tras el rescate bancario irrita a los líderes europeos» «Berlín advierte que no acepta presión internacional»
Y se atraganta, claro. Lo relee dos veces. Empieza a saltar de la primera del ABC a la primera de «El País» convulsivamente, como si estuviese asistiendo a un partido de tenis, y acaba preguntándose ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿en qué país vivo?, hasta llegar a pensar seriamente en pedirle cita a un psiquiatra.
Puede ser una solución para volver a encontrar la identidad perdida, pero se corre el peligro de tumbarse en el diván de un discípulo de Freud de derechas o de izquierdas, «genovista» o «ferrraziano», y lo mismo se sale de la consulta con un grado de enajenación mental mayor del que se padecía antes de haber entrado.
Entre dos Españas mediáticas
Las dos Españas de papel periódico, de ondas de radio, de imágenes de televisión, provocan el delirio entre sus masivas aficiones, pero siguen helando el corazón de los españoles que pasan por la vida ligeros de equipaje «guerracivilista», casi desnudos de fanatismo ideológico, mucho más hijos de la mar abierta, de amplios horizontes, que el propio poeta que se describió a sí mismo, magistralmente, en una autobiografía de un tipo que no era él.
¡Cada vez resulta más difícil discernir si tenemos ésta clase política por culpa de la prensa o tenemos esta prensa por culpa de la clase política!