Muchos políticos deberían aprender del Príncipe

Felipe pone una pica en Nueva York

Vendió la "marca España" con un discurso de altura en contenido, continente e idioma inglés

Felipe pone una pica en Nueva York
El principe Felipe en Nueva York. Junio 2012 EFE

El Príncipe de España tendrá quien le escriba, a diferencia del conmovedor viejo coronel que recorrió el mundo por obra y gracia de Gabriel García Márquez. Lo que está claro es que no tiene quién hable por él, y mucho menos en el idioma de Shakespeare ante una audiencia de líderes hispanos de United States of América.

Iniciar un texto en un periódico digital español con la palabra Príncipe, supone un riesgo de salida: la deserción de lectores por causas distintas y distantes. Lo que huele a monarquía, a Casa Real, a cuñados de Urdangarín, no está a la page en esta España en la que sobreviven veteranos y genuinos republicanos, afloran generaciones que han heredado la nostalgia por transmisión genética, emergen jóvenes con alergia inducida a la Corona y ondean al viento banderas tricolores agitadas por manos que, en muchas ocasiones, ni siquiera se han tomado la molestia de pasar las páginas de los libros de historia.

Luces y sombras monárquicas y republicanas

La España antimonárquica es una realidad sociológica que tiene muchos padres: algunos testigos de cargo de un Rey, abuelo de este Rey, que interpuso a Miguel Primo de Rivera entre la Corona y los españoles; otros que jamás le perdonarán al penúltimo Borbón que se diese el piro por Cartagena; los que se echaron en brazos de una II República teórica, intelectual, azañista, excesivamente débil para impedir que circulase, por el corto período de su historia, con el intermitente señalando exclusivamente un pertinaz y arbitrario giro a la izquierda.

En cualquier país sin los traumas históricos de España que se transmiten de padres a hijos y a nietos, monarquía parlamentaria o republica son dos fórmulas homologadas en Europa que garantizan una democracia sana, equitativa y de gastos de representación institucional que no difieren excesivamente en su repercusión en los Presupuestos del Estado. La Corona sueca, la británica, la holandesa, no han mermado en absoluto democracias paradigmáticas en el continente europeo, con garantías de alternancia, soberanía popular y todos los ingredientes necesarios para pasar un control de calidad en el sistema de libertades. Poco se diferencia un Rey florero europeo, con todos los respetos, de muchos presidentes decorativos de repúblicas añejas y un pedigrí irreprochable.

El problema, en la piel de toro, es que no se ha superado la palabra monarquía como símbolo de media España, y se sigue añorando la palabra república como símbolo de la otra media, un feo asunto que probablemente acaben resolviendo, durante este siglo o principios del próximo, españoles que acaban de nacer o ni siquiera han nacido.

Mientras llega el mañana en que España será republicana

Llegará el día en que se cumpla esa predicción que se lee y se escucha por nuestras calles: ¡España, mañana, será republicana! Pero mientras la mayoría de 46 millones se ponen de acuerdo, se convoca un referendo y se tramita un cambio constitucional que dé a luz la III República, sería inteligente, demostraría madurez colectiva, sacarle todo el partido el partido posible a lo que tenemos.

Y ayer, el último día de la infernal primavera española, emergió la figura de un Príncipe entre los gigantescos rascacielos de Nueva York. Subió a la tribuna de un salón del Instituto Cervantes, repleto de líderes hispanos cuyo corazón y su voto ocupa y preocupa a la Administración Obama y, en perfecto inglés, con acento homologable y una soltura que empequeñeció a todos los Presidentes del Gobierno Español que han intentado conquistar su «sueño americano», ofreció un contenido y un continente que justifican los gastos en la formación del futuro Felipe VI, si Dios y los españoles quieren.

Formar príncipes; formar futuros presidentes del gobierno

Al César lo que es del César y al Príncipe lo que es del Príncipe. Sus estudios en la Universidad Autónoma de Madrid, su formación en relaciones internacionales en la Universidad Georgetown (Washington) y el Maquiavelo que ha ido dirigiendo sus pasos entre las arenas movedizas republicanas o antimonárquicas de España, lo han transformado en un interlocutor que está a la altura de las circunstancias de una aldea global donde predomina la cultura económica y política anglosajona.

Hoy mismo volverá a intervenir en la Universidad de Harvard, volverá a vender la «marca España» y, los españoles, indignados con los elefantes, con los «yernísimos», con las infantas, con todo aquello que rezume el aroma demonizado de La Zarzuela, saben que no acabarán el día avergonzados, como ocurriría si interviniese Aznar con su ridículo americano macarrónico, o Zapatero con el discurso más breve de la historia: «thank you», o Rajoy echando mano de uno de estos dos recursos: o darle trabajo al traductor simultáneo o dirigirse al personal con el lenguaje de los signos.

Si se ha podido formar a un Príncipe, ¿cómo es posible que no se forme, en toda su dimensión, a tantos osados candidatos a la Presidencia del Gobierno?

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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