La devaluación de la soberanía

La fiesta de los ‘papá pitufo’ autonómicos se acabó

Se acabó el mantra de las competencias, el derecho al pataleo en el Tribunal Constitucional y la España con 17 caudillos

Ha nacido un nuevo concepto de política monetaria: la devaluación de la soberanía. Enterrado el franco, el escudo, el dracma, la lira, la peseta y toda la calderilla europea afectada de complejo de inferioridad ante el inexpugnable marco alemán, diecisiete Estados europeos desfilan por la historia marcando «el paso de la oca» del Euro.

El viejo asunto político de la soberanía ha dejado de ser un concepto de naturaleza política y ha empezado a convertirse en una variable de naturaleza económica. La soberanía como moneda de cambio, como estrategia de Estado para equilibrar balanzas de pagos, como un asunto vedado para políticos «pata negra» y un recurso para estadistas híbridos, eurodependientes, con manguitos de contables llevando sus libros de cuentas a Bruselas.

¿A cómo está el cambio de soberanía por euros?

¡Bienvenidos a la nueva era del comercio en especies! La vieja Europa mediterránea lleva en su ADN el intercambio de mercancías, y el propio Shakespeare situó en Venecia a un inmortal mercader que se cobró sus deudas en carne humana.

¿Quién ha dicho que en Portugal, en Italia, en Grecia, en España, ya no se puede practicar la devaluación como política monetaria? Se puede devaluar la soberanía, comerciar con la dignidad de insignificantes seres humanos, subir IVAS, IRPFs, céntimos verdes, alargar edades de jubilación, encoger estados de bienestar, seguir al pie de la letra las consignas de las ridículas marionetas de Bruselas, a cambio de una pasta gansa que cae del cielo europeo como un maná envenenado de efectos retardados.

Un mundo feliz con grandes hermanos

Pero, es lo que hay. La política ha muerto tras una lenta agonía de cinco o seis años, y ha nacido el embrión de un sistema que debió ser el origen de «Un mundo feliz» que nos describió Aldous Huxley.

Se podría caer también en la tentación de proclamar a Ángela Merkel como la «gran hermana» de esta réplica, que se va haciendo realidad, de la fantasiosa pesadilla de ficción que dejó impresa para la posteridad George Orwell.

Pero sería un recurso facilón, impropio de una sociedad del conocimiento, informada y corresponsable de haber elegido el mal camino en la encrucijada entre el siglo XX y el siglo XXI.

El problema con la «devaluación de la soberanía», es que obliga a todos los poderes conocidos a bajar unos cuantos peldaños. Si los Gobiernos nacionales quedan obligados a pasar en Bruselas la ITV de sus Presupuestos del Estado, que pongan a remojar sus barbas los presidentes autonómicos, los presidentes de Diputación, los alcaldes de grandes, medianos y pequeños municipios.

Todos han sido degradados piramidalmente, y el poder en España, en todos sus ámbitos administrativos, ha entrado en recesión sociológica.

De Presidentes autonómicos a Papá pitufos

Se pongan como se pongan los Honorables presidents, los lendakaris y el resto de «primeriños ministros» con pies de barro y reinos taifas de juguete, la fiesta se acabó. Pueden mantener la fastuosa carnavalada de los coches oficiales, las residencias presidenciales, las grandilocuentes audiencias, las frívolas y estériles «embajadiñas» en el exterior, los shows mediáticos de sus mini consejillos de ministrillos y ministrillas en sus respectivas aldeas de pitufos.

Pero se acabó la erótica del poder. Lo único que se podrá exclamar en su presencia, al paso de sus pretenciosos coches oficiales y con la ridícula comitiva en forma de cola de cometa, a merced del viento que produce Europa en movimiento, ya no es ¡ahí va el que manda!, sino ¡manda carallo! ¿cómo han pasado de presidentes autonómicos a «papá pitufos»?

Artur Más, desde luego, ha pasado a ser Artur Menos, aunque le cueste aceptarlo. Y así sucesivamente, con todos los Honorables y Lendakaris de un ex Estado de las Autonomías, condenado irremediablemente a convertirse en un Estado de las Autonosuyas, o sea, de los señores de gris y de negro de Bruselas.

Se acabó el mantra de las competencias, el derecho al pataleo en el Tribunal Constitucional y la España con 17 caudillos+ uno. Aquí, o sea, allí, manda quien manda, y todo lo demás serán brindis al sol, teatro de marionetas para la incauta clientela electoral de cada comunidad autónoma y un pueril y hortera baile de disfraces de donnadies con máscaras de presidentes de usar y tirar.

Es lo que le pasa a un país que no tiene moneda propia para practicar política monetaria. El justo castigo a una tribu de «nuevos ricos» que se han endeudado hasta las cejas en el ámbito público y en el ámbito privado.

Ya sólo queda el recurso de la devaluación de la soberanía, del sometimiento a los implacables «euromecenas», de la humillación ante un supercomisario de finanzas que va a cambiar los libros de texto de nuestra geografía: ¿España, Cataluña, Euskadi, Galicia, Andalucía, etc, capital….? Bruselas.

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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