En la flamante página web de la Casa Real, el Rey Juan Carlos ha hecho pública una carta abierta, sin título ni firma como subraya ‘La Gaceta‘, que consiste en dos llamamientos explícitos a quienes quieran leerla “en la difícil coyuntura económica, política y también social que atravesamos”:
- Por una parte, a preservar la unidad de los españoles “para la acción decidida y conjunta de la sociedad, a todos los niveles, en defensa del modelo democrático y social que entre todos hemos elegido”, porque “lo peor que podemos hacer es dividir fuerzas, alentar disensiones, perseguir quimeras, ahondar heridas.
- Por otra, a “recuperar y reforzar los valores que han destacado en las mejores etapas de nuestra compleja historia y que brillaron en particular en nuestra Transición Democrática: el trabajo, el esfuerzo, el mérito, la generosidad, el diálogo, el imperativo ético, el sacrificio de los intereses particulares en aras del interés general, la renuncia a la verdad en exclusiva”.
Dice el rey y tiene más razón que un santo:
«No son estos tiempos buenos para escudriñar en las esencias ni para debatir si son galgos o podencos quienes amenazan nuestro modelo de convivencia”
Es inevitable deducir que esta carta abierta, en especial el llamamiento a la unidad, constituye una respuesta a los hechos acaecidos desde la manifestación del martes día 11 en Barcelona y el debate público sobre la secesión de Cataluña que la siguió.
Y aunque cabría destacar la sorpresa que produce que el fundamento de estas reflexiones en voz alta hechas por el Monarca sea lo turbulento de los tiempos que corren (como si en tiempos más pacíficos fuesen de lo más normal las amenazas separatistas del nacionalismo catalán), consideramos más justo interpretar esta carta como una reacción pronta, incluso antes de que se celebre el encuentro entre Mariano Rajoy y Artur Mas previsto para mañana, que nos invita a mantener una sensatez elemental que algunos parecen haber perdido.
Desde este punto de vista, sólo elogios merece esta iniciativa regia, que nos muestra una Corona sensible a las inquietudes de su pueblo y presta a aportar una visión a la vez realista y de largo alcance.
En cuanto a la vehemente recomendación regia de rescatar los valores que hicieron posible la Transición a la España constitucional y democrática, la sola enumeración de esos valores contiene un recordatorio elocuente de hasta qué punto se ha ido envileciendo nuestra vida pública en estos años: apenas queda un asomo de recuerdo de valores morales palabra dada o el respeto a la propiedad ajena; los partidos políticos, la patronal y los sindicatos se han convertido en industrias extractivas de rentas recaudadas por vía impositiva; se ha extendido por doquier la inculta cultura de vivir de las subvenciones.
Algunas reacciones de la izquierda a esta carta no han ocultado su discrepancia. Nada nuevo. Pero entre los que compartan su contenido estarán a buen seguro los dos grandes partidos, que son precisamente los llamados a trabajar en la dirección señalada por el Rey.
La pregunta es si tienen alguna disposición a hacerse al hara-kiri, pues no otra cosa sería el poner en práctica el sacrificio de los intereses particulares en aras del interés general.