A estas alturas de esa película de terror a la que llamamos Europa, resulta frustrante que los españoles sigan, erre que erre, tirando piedras contra su propio tejado.
Que los del 25-S no tengan lo que hay que tener para plantarse frente al Parlamento europeo, los parlamentos de Alemania, de Finlandia, de Holanda, en una demostración de innovación reivindicativa, para dejar en evidencia global a los auténticos verdugos de los portugueses, de los griegos, de los españoles, protagonistas de las fotos de hambre, de miseria, de desesperación que escandalizan a la hipócrita sociedad yanqui en las páginas del New York Times y el Wall Street Journal.
Por cierto: cuando a esos dos periódicos se les acaben las municiones gráficas para practicar el tiro al blanco con España, podrían encargar fotos de sus Bronx, sus guettos hispanos, su sanidad inaccesible, sus extensos territorios en los que se podría rodar de nuevo «las uvas de la ira», para que sus lectores se mirasen al espejo.
Los cañones de los indignados deberían apuntar a Bruselas
Si existe una mano que mece la cuna de los chicos del coro de la plaza Neptuno, que la corten de cuajo. Que no sigan perdiendo el tiempo con sus Señorías nacionales, rodeando un Congreso de cartón piedra.
Que alcancen la mayoría de edad europea y se presenten ante Draghi, Ángela Merkel, Van Rompuy, los eurodiputados, a decirles las cuatro cosas que no pueden decirles los gobiernos de Lisboa, de Atenas, de Madrid, con cánceres terminales de deuda.
El pim pam pum a Rajoy, ese sparring que le sirve de escudo a la vieja zorra Europa, queda muy progre y transmite buen rollito.
Pero demuestra que la sociedad española, sus indignados, sus sindicalistas, sus funcionarios, sus líderes de la oposición, sus tertulianos, sus columnistas, sus sesudos intelectuales, sus culturetas, sus díscolos jefes de las distintas tribus autonómicas, no son más incautos porque no entrenan.
Arden desde hace dos años las calles de Atenas y Lisboa, con los funestos resultados por todos conocidos. Pero Madrid, España, en vez de buscar cauces de indignación alternativa, se contagian de los tics sociales que mantienen a Grecia y Portugal en sus dramáticos puntos de partida.
Las pancartas, las manifestaciones, las huelgas, los 25-S caseros, es posible que remuevan los cimientos de una Moncloa en la que sólo se propone, pero la Europa que dispone se lo pasa todo por sus respectivos arcos del triunfo. Y tanto trabajo inútil, como dijo Ortega, acaba conduciendo a la melancolía.
La inútil estrategia de los palos de ciego
El justificado cabreo español, lo tienen que sentir en sus propias carnes las calles de Berlín, de Bruselas, de Amsterdan, de Helsinki. Los pueblos y sus gobernantes que están tirando las piedras y escondiendo las manos. Los que firman solemnes memorandos que después utilizan de papel higiénico.
Los que exigen hambre, desempleo, pobreza, tortura fiscal, congelación de salarios, harakiris nacionales, mostrando la zanahoria de fondos de estabilidad, de rescates financieros y de ubres solidarias de Europa de las que nunca acaban de manar euros.
Este país puede seguir dándole palos de ciego a Rajoy y su gobierno. Ferraz puede seguir celebrando con la boca pequeña las subidas de «prima», las bajadas de Bolsa, las fotos de los antidisturbios protegiendo el Congreso, el tam tam de los tambores de guerra de los indignados.
Rubalcaba puede aspirar a alcanzar su máximo nivel de incompetencia caminando en 2015 sobre el cadáver político de Mariano Rajoy. Artur Más puede intentar salirse por la tangente, aprovechando que España está encerrada en un círculo vicioso político, económico y social. Pero los españoles, los griegos, los portugueses, quizá los italianos, ojalá más temprano que tarde, tendrán que adoptar una sublime decisión.
El puñetazo en la mesa de la Europa mediterránea
Podemos seguir desahogándonos inútilmente en nuestros respectivos países, o podemos dar un puñetazo conjunto en la mesa de Europa, más de cien millones de ciudadanos, con un grito que les rompa los tímpanos a los ciudadanos del norte, con sus rituales de acero, sus grandes chimeneas, su escuela de Chicago, sus dueños de la tierra…
Decirles alto y claro sindicatos, parados, indignados del mediterráneo, todos a una, que aquí abajo, abajo, el hambre disponible recurre al fruto amargo de lo que otros deciden. Y hay quienes se desmueren y hay quienes se desviven, hasta que han logrado lo que era un imposible. Que todo el mundo sepa que el Sur, el SUR TAMBIÉN EXISTE.