ADELANTO DE 'MORDER LA BALA', DE LUCÍA MÉNDEZ

«¿Qué estado de ánimo hay en el Gobierno? No te diría desolación, pero casi»

" A Rajoy no le gusta mucho el contacto con la calle, ni disfruta de ser visto en público"

«¡Firme, Dickie, firme» ‐decía la profunda voz en su oído, y apretó más fuerte‐. Muerde la bala, viejo hombre, y no les dejes pensar que tienes miedo». Rudyard Kipling, La luz que se apaga 

«Morder la bala» (Bite the bullet): expresión inglesa que significa aceptar las penurias y las dificultades con fortaleza, mantener el tipo ante una situación dolorosa. Después de siete años y medio en la oposición, Mariano Rajoy logró en noviembre de 2011 su objetivo de llegar a la Presidencia del Gobierno.

Sin embargo, pronto descubrió que en medio de una pavorosa crisis económica gobernar es llorar. Este es el relato de cómo la realidad estropeó los sueños de poder del PP y de paso se ha llevado también la legendaria eficacia en la gestión que acompañó a la generación política de Aznar, con Rodrigo Rato como su encarnación más visible. Bankia ha sido la tumba de esa leyenda.

¿Cómo formó gobierno Mariano Rajoy? ¿De qué manera han afectado a los gobernantes españoles las enormes dificultades que han encontrado en su camino? ¿Qué piensa ese actor colectivo que es el PP de sus máximos dirigentes? ¿Cómo se produjo el traspaso de poderes de Zapatero a Rajoy? ¿Qué consecuencias tuvo la caída de Bankia? ¿Qué papel juega la personalidad de los mandatarios políticos en sus decisiones? ¿Qué tipo de líder es Mariano Rajoy? ¿Tiene el Gobierno solo un problema de comunicación?

Morder la bala intenta dar respuestas a estas preguntas, trazando el retrato íntimo de quienes nos gobiernan. 

FRAGMENTOS DE LA OBRA

El ethos burocrático

El hombre que enfilaba la entrada a La Moncloa en aquella fría tarde del mes de diciembre era en sí mismo el Estado. Lo había sido desde que aprobó las oposiciones y ahora incluso lo encarnaba desde la Presidencia del Gobierno. Él quería gobernar el país con los criterios de un registrador de la propiedad, que no es otra cosa que un alto funcionario elegido por el Estado entre los mejores y más preparados de los ciudadanos (…).

La personalidad del presidente del Gobierno reunía las dos características atribuidas por Weber al buen burócrata. Acceso al cargo tras un largo periodo de aprendizaje certificado con el aprobado en la oposición y una vocación pública a prueba de otros compromisos individuales (…).

Mariano Rajoy estaba preparado para comportarse de acuerdo con esos atributos éticos: adhesión a los procedimientos, aceptación de la autoridad y compromiso con los fines de la función pública. La autoridad ahora era él y por eso exigía obediencia a todo el mundo, como había hecho con éxito a la hora de formar Gobierno.

El presidente estaba dispuesto a demostrar que él era capaz de gobernar el país con el mismo orden formal y respeto a las normas que existe en los registros de la propiedad. Él pensaba abrir el registro a la hora convenida y permanecer en su despacho para lo que hiciera falta hasta la hora de comer. Después volvería para hacer su horario de tarde, atendería todos los asuntos, firmaría lo que había pendiente de firma y cuando le diera la hora de cierre, echaría la llave hasta el día siguiente (…).

Él no era un mago de la comunicación empática, como Zapatero, pero tampoco la persona sin alma que algunos habían querido pintar. No pensaba lanzar fuegos artificiales ni conmover a los ciudadanos, sino encarrilar al país por la vía del saludable aburrimiento democrático del respeto a las normas (…)

Antes, durante y después del aterrizaje forzoso que llegaría sólo tres meses después de ocupar su despacho en La Moncloa, el presidente del Gobierno pasó por todas las etapas que corresponden a un trauma cuyo impacto fue directamente proporcional al éxito de haber alcanzado su máximo objetivo en la vida. Euforia, decepción, impotencia, resiliencia, duelo, aceptación, resignación y reinvención.

De Perbes a Bankia Aquel 7 de mayo, Rodrigo Rato amaneció sin haber pegado ojo en toda la noche. Le retumbaba en la cabeza su triste cena de la noche anterior con Luis de Guindos, el amigo de otros tiempos convertido en verdugo. «Contigo en la Presidencia de Bankia no tenemos nada que hacer, los mercados se nos comerán vivos». Durante la noche en vela había tomado la decisión de abandonar. Pero antes  de darlo a conocer públicamente tenía que comunicárselo a la persona que le nombró: el presidente del Gobierno.

«Esto no me puede estar pasando a mí», se repitió muchas veces aquella noche, por la mañana y los días siguientes. Pero le pasaba y allí estaban ellos, frente a frente, nueve años después de que el destino encarnado en José María Aznar, les enfrentara por primera vez, sin quererlo, muy a pesar de ambos.

Él iba a comunicar a Mariano Rajoy su renuncia y esperaba escuchar del presidente las razones por las que ya no podría asomarse más al cielo de Madrid desde su despacho. Las palabras de Rajoy sonaron como un bálsamo después de las últimas 24 horas de agonía.

El presidente le dijo, de la forma más cariñosa que le fue posible, que le dolía en el alma lo que estaba pasando.

– Ya sabes que nunca haría nada que pudiera perjudicarte. Pero a mí se me ha presentado una disyuntiva imposible. O Luis o tú. Yo tengo que respaldar a mi ministro de Economía y la situación ha llegado a un punto en que si no te vas tú, le tendría que destituir a él. Todo el mundo por ahí fuera me exige una solución para Bankia y Luis cree que no puede haberla contigo en la Presidencia».

Rodrigo Rato salió de La Moncloa con el ánimo confortado por la amabilidad del presidente. Le dio las gracias.

– No quiero crearte dificultades, anunciaré hoy mismo la renuncia en un comunicado y el nombre de mi sustituto.

Lo hizo pasadas las 12.30 horas. El mundo había dejado de girar para él en este 7 de mayo. Un mes grabado a fuego en su calendario vital. Otro 7 de mayo, pero de 1996, había tomado posesión del despacho como ministro de Economía y vicepresidente del Gobierno de José María Aznar.

Otro 5 de mayo le comunicaron que sería director gerente del FMI. En mayo empezaron y acabaron todas sus leyendas. Encerrado en su casa, no entendía muy bien qué es lo que le había pasado.

Hacía años, él le había dicho al Loco de la Colina en una entrevista: «Los británicos dicen que todas las carreras políticas acaban en lágrimas». Las lágrimas se convirtieron en preguntas. ¿En qué me equivoqué? ¿Por qué mi partido me ha abandonado? ¿Qué he hecho yo de malo más que obedecer al Banco de España y al Gobierno? Entonces, como aquel septiembre de 2003, se pone en marcha por segunda vez una operación de psicoterapia emocional para animar al caído.

El teléfono del ex presidente de Bankia se colapsó de llamadas y mensajes. Tampoco ahora podía echarle nada en cara a Mariano Rajoy. El presidente le había dicho que le echaba de Bankia sin querer, de la misma forma que había sido elegido sucesor de Aznar también sin querer. Los que hablaron con él en días posteriores coinciden en que Rato dejó de ser el hombre enérgico, seguro de sí y con varios cuerpos de arrogancia.

«He visto a Rodrigo varias veces y está mal, mal, mal. La palabra no es cabreado, pero sí muy disgustado, noqueado. Él quería un proyecto digno de su altura política y de su currículum, digno de un número uno, algo así como convertirse en un segundo Botín. Ese proyecto es lo que se acabó. Le encontré hundido, sin explicarse por qué le había pasado lo que le había pasado. Repetía una frase: ‘Me he quedado sin proyecto, ahora no sé lo que voy a hacer’».

Impotencia

El estallido de Bankia fue el big one, el gran seísmo del Gobierno de Mariano Rajoy. A partir del 7 de mayo se desataron todas las tormentas. Rajoy estaba preparado para hacer una drástica reforma laboral, pegarle un tajo a los presupuestos de las CCAA y hacer recortes en Educación y Sanidad.

Pero el resto no estaba en sus planes. El Gobierno carecía de plan B o C. Así empezaron los lamentos de cómo hemos llegado a esto. El PP había alcanzado el Gobierno con la convicción de que quitando a Zapatero de La Moncloa y poniendo a Rajoy las cosas mejorarían. Así se lamentaban los ministros.

«La convicción de que el cambio tranquilizaría a los mercados era unánime, firme y compartida por todos los analistas serios. Todos creíamos que la crisis se debía a la falta de confianza en Zapatero. Creímos que cambiar la orquesta y al director era lo que hacía falta, lo pensábamos todos, desde Rajoy hasta Montoro, quizá Luis (De Guindos) era más pesimista, pero jamás creyó que la prima iba a desbocarse siendo él ministro de Economía. Hizo una primera reforma financiera que creyó que sería suficiente y no lo fue. Rajoy pensaba que el diferencial con Alemania se reduciría drásticamente y la bolsa subiría. Lo veíamos todos. No sé por qué han fallado las cosas. No esperábamos el impacto del déficit, ni la derrota de Andalucía, que nos pegó un estacazo.

No preveíamos la poca comprensión que hemos encontrado en Europa. Nos votaron para que resolviéramos la papeleta creada por Zapatero y la caída en la realidad ha sido brutal. Creímos que tomando medidas los mercados creerían en nosotros. Juro que lo pensábamos de verdad. Estábamos convencidos de que siendo antipáticos hacia el interior nos iba a ir bien en el exterior. Creíamos que la prima iba a bajar de inmediato y que íbamos a poder financiarnos. Y nos encontramos que tomando las medidas más duras que ha tomado nunca un Gobierno en España, la prima no baja, sino que se dispara.

Nos sorprendió, nos sorprendió mucho. Gobernamos a golpe de timón, no podemos prever las cosas que van a suceder de un día para otro. ¿Qué estado de ánimo hay en el Gobierno? No te diría desolación, pero casi. Mucha preocupación y un cierto sentimiento de impotencia. Los mercados tienen más fuerza que nosotros».

Esta reflexión de un ministro se producía a comienzos de junio, después de la primera semana negra a la que luego seguirían muchas más. «Hemos seguido al pie de la letra el guión que nos han marcado, incluso hemos ido más allá. Ahora les toca a ellos, o nos ayudan a salir del pozo o tiramos la toalla. Moncloa está desesperada. ¿Cómo veo al presidente? Lo veo preocupado, muy decidido, perplejo y asombrado porque sus duras medidas no tengan consecuencias positivas. Está sorprendido por la falta de ayuda. Piensa que ha cumplido muy deprisa todo lo que le pedían y eso no ha tenido consecuencias en los mercados.

El ánimo del presidente es una mezcla de incomprensión, desconcierto, frustración y hasta indignación. Ve que no sirve de nada lo que hace y se pregunta por qué. La obsesión es que España no sea intervenida, pregunta a cada minuto cómo va la Bolsa y cuánto sube la prima.

Se supone que los presidentes del Gobierno tienen los resortes del poder y no entiende por qué no puede apagar el incendio» (…). Sus colaboradores están acostumbrados a mantener reuniones en las que se desgranan los temas y él pregunta invariablemente: ‘¿Y de esto qué decimos?’ No es la primera vez que alguien le responde: ‘Presidente, lo importante es lo que quieras decir tú’. ‘Lo pienso y ya te digo algo’, suele ser la respuesta. Las cosas las suele pensar sólo en su despacho o en su casa, dentro de sus retiros a su montaña interior. Así lo explica alguien que le conoce.

«La política para Mariano es la prolongación de la administración por otros medios, es un hombre conservador, no en el sentido ideológico, sino que es conservador de lo que haya. De ahí que pueda asumir, por ejemplo, tanto la política de Aznar en relación con ETA como la de Zapatero. Él es esencialmente neutral y por eso mismo valioso para el conjunto del centro‐ derecha, le viene bien tanto a los conservadores como a los liberales, a los reformistas e incluso a los nacionalistas. Su temperamento es quietista e indiferente a las crisis. No le gusta mucho el contacto con la calle, ni disfruta de ser visto en público, no goza mostrando públicamente su poder ni es partidario de hacer ostentación más allá de las cuatro paredes de su despacho. A todos los políticos les gusta que los miren con respeto, la apariencia, tienen algo de actores de teatro. Eso a Mariano le espanta. Aznar era mucho menos simpático que él, pero le gustaba, y le sigue gustando, hacer ostentación de su poder, la exposición pública, que le miren, que le saluden con respeto, que le aplaudan. Ese privatismo de Rajoy es insólito en un líder político».

LA AUTORA

Lucía Méndez Prada nació en Palacios de Sanabria (Zamora) en 1960. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su labor profesional en El Correo de Zamora, en El Norte de Castilla y en la Cadena Ser.

Posteriormente se incorporó a Diario 16 y en 1989 participó en la fundación de El Mundo, del que fue corresponsal parlamentaria hasta 1996. Tras un paréntesis de dos años en la Secretaría de Estado de Comunicación de la Presidencia del Gobierno, se reincorporó a El Mundo, donde es redactora jefe de Opinión y columnista.

Colabora en diversos medios audiovisuales como analista política, entre ellos Los desayunos de TVE y La brújula de Onda Cero. Es también profesora de la Universidad Camilo José Cela, vocal de la Junta Directiva de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) y autora de dos libros, Duelo de Titanes y El poder es cosa de hombres, publicado este último por La Esfera de los Libros.

Morder la bala, Retrato íntimo del gobierno del PP, Lucía Méndez, Esfera de los Libros, 2012

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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