El ‘efecto riqueza’ y la memoria de corto plazo serán cruciales para el 20D

El 'efecto riqueza' y la memoria de corto plazo serán cruciales para el 20D
M Rajoy

La elección de la fecha para la celebración de los comicios generales en España es una de las cuestiones más importantes que cabía dilucidar en plena confusión entre el ciclo político y el ciclo económico, según cuenta este 3 de octubre de 2015 el diario El Economista –El ‘efecto riqueza’ y la memoria de corto plazo serán cruciales para el 20D-.

Más allá de las cuestiones formales y jurídicas -sobre todo, con la fecha prevista para aprobar de forma definitiva el Proyecto de Presupuestos Generales del Estado para 2016- en torno a esta cuestión, la elección del 20 de diciembre tiene un trasfondo económico indudable que conviene explicar.

La Navidad es la época del año en la que el gasto de las familias se incrementa de una forma importante, gracias a un incremento sustancial de la propensión marginal a consumir. Las celebraciones familiares, las reuniones de empresa o los viajes a los lugares de origen inducen a consumir más de forma estacional ya que, en el momento en que se acaban las fiestas navideñas, una muy buena parte de ese gasto desaparece hasta el año siguiente.

Este aumento de la propensión marginal a consumir se ve parcial o totalmente respaldado por un alza sustancial de la renta disponible derivado del cobro tanto del salario mensual como de la paga extra de Navidad. Y no olvidemos que esta semana se ha rubricado la devolución a los funcionarios de un 26,23 por ciento adicional de la extra que dejaron de cobrar en 2012.

En diciembre, de golpe, una familia se encuentra con el doble de salario que en cualquier otra época del año (excluyendo julio, momento en que se cobra la otra paga extra) y, por tanto, experimenta algo que en Economía se conoce como efecto riqueza: un consumidor se cree de pronto más rico de lo que era anteriormente, más aún cuando las contrataciones de la campaña de Navidad comienzan en el entorno del 20 de diciembre.

En este sentido, el efecto riqueza que experimenta el consumidor tiene un carácter puramente transitorio, ya que el salario al mes siguiente vuelve a su nivel habitual. Este salto en la renta disponible puede ser gestionado de dos formas distintas: aquél que se cree más rico o aquél que es consciente de que el incremento de renta es pasajero. La evidencia empírica nos demuestra, sin embargo, que el consumidor tipo es más del primer grupo (el que se cree más rico) que del segundo (el que tiene los pies en la tierra).

Hasta tal punto llega el efecto riqueza que un porcentaje significativo de los consumidores en España acude al crédito para financiar sus compras navideñas. Con datos de 2014, se observa que 4 millones de españoles utilizaron algún tipo de mecanismo de compra a crédito: sea vía tarjeta de crédito, préstamos para consumo o financiación otorgada por centros comerciales, grandes superficies o tiendas. Concretamente, en el segmento de tarjetas de crédito, su uso se incrementó un 24 por ciento en términos interanuales.

La dinámica de consumo y el incremento transitorio de la renta son, en el fondo, fenómenos coyunturales que desaparecen en cuestión de días. Sin embargo, los consumidores que se ven atrapados en este escenario experimentan una ilusión monetaria a corto plazo: su consumo aumenta sin percatarse de cómo financiarlo, llevándolo en muchas ocasiones a cotas insostenibles teniendo en cuenta su renta disponible permanente y su nivel de ahorro.

La ‘ilusión monetaria’

La combinación entre efecto riqueza e ilusión monetaria es determinante a la hora de analizar las decisiones a tomar por parte del consumidor, especialmente si este tiene que decidir a quién votar en unas elecciones generales. Un votante que se cree más rico es más permeable ante mensajes políticos optimistas o que pretenden vender una mejora de la situación económica, tanto si ésta es transitoria como si es permanente.

En este sentido, la salud del bolsillo se convierte en la motivación más poderosa a la hora de depositar el voto en la urna, con independencia de que unas segundas o terceras preferencias puedan afectar a la decisión final del votante.

Esta conducta se refuerza todavía más con otras dos características esenciales del votante: la escasa propensión a informarse de forma exhaustiva y su corta memoria. Por un lado, en pocas ocasiones los votantes asumen el coste de informarse de todas las alternativas políticas existentes. Sobre todo, por la dificultad que entraña este acto en el que la información es dispersa, asimétrica y difícil de interpretar.

Por otro lado, el coste de esa tarea de información hace que el votante considere como más importante el pasado más reciente en detrimento del pasado más lejano (algo que en Economía se denomina como conducta autorregresiva).

En este sentido, la memoria del votante se circunscribe a los seis meses anteriores a la celebración de las elecciones. Esta circunstancia es clave a la hora de plantear las campañas electorales por parte de los partidos políticos: merece más la pena en términos de resultados en votos, esforzarse en los meses previos a las elecciones que en los años anteriores de Legislatura y gastar en propaganda en las últimas semanas.

La suma de todos estos factores da lugar a un marco de decisión claramente favorable al partido o partidos que apuesten por convencer a la ciudadanía a través del optimismo económico. Antes de la cuesta de enero (momento en que se purgan muchos de los excesos cometidos en términos de gasto en Navidad), es más sencillo convencer al votante de que la economía se encuentra en una situación mejor ahora que en los últimos años y, por tanto, hacerle votar con el bolsillo.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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