No parece que confiar en la lealtad de los independentistas sea el mejor remedio para sacar adelante los presupuestos
AVANZA 2017 y no hay una expectativa concreta de aprobación de los Presupuestos Generales del Estado.
La situación interna del PSOE no facilita el optimismo de alcanzar un acuerdo con el Gobierno sobre las líneas básicas de las cuentas estatales, si bien el Ejecutivo está intentando buscarse apoyos en otros grupos, incluida la antigua Convergencia.
No parece que confiar en la lealtad de los independentistas sea el mejor remedio para sacar adelante los presupuestos, porque negociar con quienes mantienen su desafío al Estado de Derecho es un ejercicio de alto riesgo.
La economía presenta indicios de que su recuperación se ralentiza, lo que hace apremiante unos presupuestos con los que España pueda conservar la confianza de los mercados y de los socios europeos, al mismo tiempo que sirvan para nuevas reformas que propicien empleo e ingresos por recaudación, sin aumentar los impuestos.
La situación es complicada, aunque la inercia del pasado año aún alimente buenos datos en la economía.
Pero para que esa inercia coja de nuevo fuerza hace falta una voluntad política de colaboración entre el Ejecutivo y la oposición socialista.
Otras fórmulas, además de complejas, resultan peligrosas, por lo que haría bien el Ejecutivo en salir a buscar al PSOE, en lugar de esperar a que abandone su laberinto.
Al silencio socialista debe responderle algo más que los continuos llamamientos al consenso.
Tampoco es bueno dejar que asome la amenaza de nuevas elecciones antes de fin de año si los presupuestos no se aprueban, porque es tanto como condenar 2017 a ser otro año en blanco, como 2016.
Mientras el PSOE deshoja la margarita, son necesarios nuevos contenidos políticos en la acción del Gobierno, simultáneos a su capacidad de forjar consensos en el Parlamento que permitan, una vez presentado el proyecto de presupuestos generales, tumbar las enmiendas de devolución del grupo socialista y forzarlo a negociar su voto favorable o su abstención.
España no puede ponerse en pausa hasta que el PSOE decida qué quiere ser y con quién, por lo que urge anticiparse y buscarse otros apoyos, pero no a cualquier precio.
Los socialistas tienen un grupo parlamentario decisivo para ir colmando las necesidades del país mediante acuerdos con el PP y el Gobierno, al margen de lo que el PSOE decida sobre sus cuestiones internas.
Si los socialistas son capaces de mantener activas en paralelo sus dos responsabilidades -con el país y consigo mismo- se pueden alcanzar resultados muy positivos para España.
Si no, la solución no pasa por explorar consensos con formaciones cuyos dirigentes se sientan estos días en el banquillo de los acusados por saltarse la Ley. Eso no es negociar, sino una suerte de claudicación.